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La revolución de 1956—trasfondo histórico

Antonio Manuel Fuentes Gaviño
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Desfile por la calle Rákóczi
Desfile por la calle Rákóczi

Todas las naciones tienen sus revoluciones míticas. En la historia húngara hay dos: la de 1848 contra los austríacos y otra más reciente la de 1956 contra el sistema soviético. De la última no se podía hablar durante décadas, aunque todas las familias tenían alguien desaparecido, en fuga, en la cárcel, en el extranjero, muerto en las batallas callejeras o ejecutado, incluso años más tarde, por el régimen vencedor.

A finales de la Segunda Guerra Mundial tuvieron lugar las conferencias de Yalta (febrero de 1945) y Potsdam (julio y agosto de 1945), cuyos objetivos eran el establecimiento de un orden de posguerra; aunque lo verdaderamente importante es que estas conferencias sentaron las bases de la futura división mundial en dos bloques separados y de la Guerra Fría.

La Unión Soviética extendió su poder sobre los países que formarían el bloque socialista, entre los que quedaba Hungría. La economía húngara, como la del resto de estos países, sufrió una enorme transformación supeditada a las exigencias soviéticas, que no tenía en cuenta las necesidades de estos estados. Así, los planes de industrialización forzosa y el estancamiento de la agricultura llevaron en el verano de 1953 a una profunda crisis económica, a la que se añadió el descontento debido a la ocupación militar de la URSS.

Al morir Stalin en marzo de 1953 no fueron pocos los que creyeron que había llegado el momento de gestar un cambio que trajera nuevos aires a la política llevada acabo hasta el momento por el tiránico gobierno de Mátyás Rákosi. La Unión Soviética, haciéndose eco de esas demandas, llamó a Rákosi a Moscú y en junio de 1953 colocó en su lugar a Imre Nagy, quien se ajustaba más a la idea de rostro amable que estaba buscando para eliminar toda huella de estalinismo entre sus aliados. Pero en dos años, Rákosi se fortaleció y en abril de 1955, forzó la dimisión de Nagy y consiguió instalar en el poder a su mano derecha, András Hegedûs.

Esta vuelta al principio trajo más descontento al país, cuya intelectualidad auspició el 23 de octubre de 1956 una manifestación pacífica en Budapest que derivó en protestas ante el Parlamento y el derribo de la enorme estatua de Stalin junto al Parque Municipal. La indecisión de las autoridades contribuyó a que la protesta creciera con la toma del edificio de la Radio. Al día siguiente el descontrol era completo ya que ni el ejército ni las fuerzas del orden parecían dispuestos a intervenir.

Mientras las tropas soviéticas entraban en la capital, numerosos grupos de jóvenes armados asumieron la lucha, que se hizo inevitable después de que la Policía de Seguridad del Estado abriera fuego contra los manifestantes reunidos nuevamente ante el Parlamento el día 25 de octubre.

El 27 de octubre Nagy, que había vuelto a ser nombrado primer ministro, formó gobierno, y un día después se declaró el alto el fuego. El 1 de noviembre, el gobierno anunció su retirada del Pacto de Varsovia y la neutralidad del país. Budapest parecía volver a la normalidad. Pero el 3 de noviembre, una delegación del gobierno húngaro encargada de negociar la retirada de las fuerzas invasoras y encabezada por el ministro de defensa, general Pál Maléter, fue detenida a su llegada al cuartel soviético de Tököl, y en la madrugada siguiente el ejército soviético inició con 19 divisiones la denominada Operación Torbellino, una brutal ofensiva destinada a quebrar definitivamente toda aspiración de cambios. En tres días fue sofocada la resistencia armada.

Mientras, János Kádár, que había asumido la jefatura del partido, formó el mismo 4 de noviembre un nuevo gobierno de línea prosoviética. A partir de ese momento Kádár tenía la difícil tarea de devolver al país a la normalidad y para ello necesitó acabar con la resistencia popular a su gobierno. La aplicación de medidas extremadamente severas puso punto final a cualquier oposición interna al régimen. La magnitud de la represión condujo a unas 200.000 personas a huir a Occidente. En el país fueron completamente disueltas las organizaciones obreras y estudiantiles, unas 35.000 personas fueron procesadas y encarceladas -13.000 de ellas enviadas a campos de trabajo forzado- y unas 230 fueron fusiladas. El caso más significativo fue el del propio Imre Nagy, quien, habiéndose refugiado en la embajada de Yugoslavia junto a algunos colaboradores y familiares, fue invitado a salir bajo la promesa de inmunidad por parte soviética. Esta promesa no fue cumplida y Nagy fue arrestado y conducido a Snagov (Rumanía), de donde fue devuelto para ser juzgado y ejecutado en junio de 1958.

A partir de 1959 corrieron paralelas la represión y la atenuación, ya que aún había juicios en curso, pero se dictó una amnistía parcial. En 1960 desaparecieron las medidas excepcionales, y en 1963 la amnistía fue total.

Una buena recreación de aquellos días de 1956 la encontramos en interesantes estudios como Budapest, l’insurrection. La première revolution antitotalitaire*, de Ferenc Fejtõ; Uprising! One Nation’s Nightmare: Hungary 1956, de David Irving; The Hungarian revolution of 1956. Reform, revolt and repression, 1953-1963, de György Litván o Budapest, 1956, de Estíbaliz Ruiz de Azúa; en novelas como Hungría, tierra desgarrada, de François de Geoffre o Los ladrillos, de Miklós Bátori, entre otras; y películas como The beast of Budapest, de Harmon Jones (1958); Forgotten faces, de Peter Watkins (1961); Rojo atardecer, de Anatole Litvak (1959); la española Rapsodia de sangre, de Antonio Isasi-Isasmendi (1957) o las más recientes Rózsadomb, de Mari Cantu (2004); La pesadilla de Susi, de Éva Gardós (2001) y, parcialmente, Sunshine, de István Szabó (1999).

Destacable es también la sangría que la represión supuso entre la intelectualidad húngara: muchos fueron los escritores que se vieron forzados a tomar el camino del exilio. Merecen ser destacados Agota Kristof, autora de novelas como La tercera mentira, El cuaderno o El analfabeto, entre otras, quien se refugió en Suiza junto a su marido y su hija; Stephen Viczincey, autor de En brazos de una mujer madura o El hombre del toque mágico, huído primero a Canadá y asentado luego en Inglaterra, o Zsuzsa Bánk, nacida en Frankfurt, de padres húngaros exiliados, y autora de El nadador o El verano más cálido, ganadora asimismo de varios premios literarios, como el prestigioso Deutscher Bücherpreis.

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