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La redacción de Pesti Napló, con György Bálint
La redacción de Pesti Napló, con György Bálint

El periodista húngaro por excelencia

György Bálint

1907–1943

“Se necesitan miles de Quijotes. Ejércitos de Quijotes: el Quijote individual debe desaparecer y las masas deben convertirse en Quijotes, porque la verdadera personalidad solo vive a través del efecto que produce y el verdadero luchador tiene millones de cabezas y millones de lanzas. Y contra millones de lanzas, hasta el molino de viento más fuerte es incapaz de luchar”.

Hablando sobre la responsabilidad individual y colectiva y sobre la importancia de vincular orgánicamente nuestra historia personal con el activismo civil, un amigo me recomendó la obra de György Bálint, una persona, me dijo, que nunca había perdido la integridad, la lucidez de pensamiento y nunca rehuyó su responsabilidad como intelectual frente a los terribles acontecimientos históricos de entre 1930 y 1940. La lectura de sus artículos fue de esa clase de descubrimientos que con los años son cada vez menos frecuentes, pero que son capaces de cambiar nuestra actitud frente a cuestiones esenciales de la vida. Al leerlos de repente tuve una sensación que no tenía desde la infancia , que el libro cuidaba de mí, me alimentaba la mente y el alma, que su autor no me hablaba desde un pasado lejano, sino desde el presente más reciente. Los dos volúmenes gruesos de sus artículos recopilados me cogieron de la mano y, con claridad insólita, me condujeron por un camino que ya había vislumbrado borrosamente y estaba decidida a seguir pero no sabía exactamente cómo. Para mí la obra de György Bálint es un manual sobre la responsabilidad del intelectual en todos los tiempos y en todas las condiciones.

György Bálint empezó a publicar muy joven, justo después de acabar el bachillerato. Debido a las leyes antisemíticas no fue admitido en la Facultad de Letras “a falta de puestos disponibles”, por eso, desde 1927, trabajó de periodista hasta su temprana muerte en 1943. Cultivó varios géneros periodísticos, escribió crónicas y notas, entrevistas y reportajes, reseñas literarias y críticas teatrales. A lo largo de su corta vida publicó varios tomos de artículos recopilados con títulos que hablan por sí mismos: En la prisión del tiempo (1935), Témpanos, libros, mendigos (1937), El elogio de los animales (1938), Despedida de la razón (1940). La materia de sus escritos es siempre una experiencia personal, un fragmento concreto de la realidad que le brinda la oportunidad de hablar sobre actitudes, ideologías y alternativas. Sin embargo, lo personal no es un mero pretexto sino parte orgánica de su mundo artístico, a eso se debe que su obra sea de lectura fácil y al mismo tiempo de una calidad suprema. Gracias a su actitud clara y consecuente, su tono profundamente humano y su capacidad de demostrar su involucración personal en las historias que contaba, pronto llegó a ser un periodista famoso. La popularidad aumentó todavía más su sensación de responsabilidad por sus lectores, por lo colectivo y la importancia de los principios sólidos en la Hungría gobernada por una ideología conservadora y racista y amenazada por la inminente llegada del fascismo.

Me pregunto cómo ha podido pasar que siendo profesora de la literatura húngara hasta ahora no me haya cruzado con su nombre ni durante mis estudios universitarios, ni durante mis búsquedas personales. La respuesta está escondida en la historia de su vida y en la grandeza de sus escritos. Aunque György Bálint condenaba el sistema capitalista, estaba en contra del fascismo y toda clase de régimen totalitario y simpatizaba con los principios del socialismo, la dictadura comunista no puso su nombre en su bandera, no se sirvió de su personaje como de tantas víctimas del nazismo. La razón es que Bálint no luchaba por ideologías, sino por los derechos de los indefensos, los necesitados, los pobres y los olvidados. Tampoco fue un luchador en el sentido que el movimiento obrero le daba a la palabra, fue una persona de principios que se indignaba ante las desigualdades sociales y económicas, ante la falta de derecho, de respeto y humanidad en el trato humano y en el trato de los animales. “Se siguen pisoteando los derechos del animal y del hombre. Especialmente porque el derecho del animal no puede hacerse valer sin el triunfo del derecho del hombre. La suerte del animal sigue a la del hombre y el hombre trata a los animales como la sociedad trata al hombre” (El derecho del animal, 1933).

Para ilustrar su actitud como intelectual y su método como periodista del vasto temario de sus obras he elegido unos que tienen alguna relación con la historia española. En 1936 junto con su esposa, la ilustradora Vera Csillag, a bordo de un barco mercante, viajaron a España haciendo escala en Barcelona, Tarragona y Valencia aparte de en varias ciudades italianas. Bálint y Csillag pasearon por las Ramblas, visitaron monumentos y reuniones anarquistas y abandonaron el país diez días antes del estallido de la Guerra Civil. El mismo año salió de la imprenta el libro de viaje He estado en España que no se publicó en vida del autor debido a que reflejaba una explícita simpatía por los movimientos obreros. El libro merecería la traducción al castellano, puesto que está lleno de tesoros vigentes hasta hoy, como su reflexión sobre la corrida de toros, de cuya visita se arrepintió a los pocos minutos: “Aquí se está divirtiendo un pueblo, un pueblo al que quiero mucho. ¿Quién tiene la culpa?”.

La Guerra Civil fue un tema recurrente en sus artículos, como en el Oda a los barrenderos madrileños que en tono irónico habla sobre las dificultades a las que tienen que enfrentarse los barrenderos porque las calles de Madrid se llenan cada dos por tres de cadáveres dispersos. La ironía es un recurso básico de la escritura de Bálint, pero nunca se convierte en sarcasmo, nunca pone en ridículo a su sujeto y evita el tono humillador y despreciativo.

A finales de los años 30 en el ambiente cada vez más amenazador viajó a Londres para preparar la emigración suya y de su mujer, no obstante, a los dos meses regresó probablemente conducido por la solidaridad y la responsabilidad que sentía por los suyos. Sin embargo, no volvió con las manos vacías, sino que trajo consigo el primer tomo de poesías de García Lorca. Ayudó en la traducción de sus poemas, seguramente presintiendo que pronto compartiría el mismo destino que el poeta español. Es simbólico que después de su arresto en 1942, los últimos libros que su mujer le llevó a la cárcel fueran una gramática española y el primer tomo de El Quijote.

Éva Cserháti


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