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Tres lectores. Fragmento de la pintura de Tibor Csernus
Tres lectores. Fragmento de la pintura de Tibor Csernus

Entrevista al escritor Miklós Vajda

Miklós Vajda

1931–

En esta entrevista, que sirve también de lección de historia, el escritor Miklós Vajda habla sobre su infancia, transcurrida en los años treinta en una familia de la alta burguesía, sobre su adolescencia marcada por los conflictos políticos e ideológicos de los años cuarenta, y su primera juventud, en la que tuvo que afrontar z vivir en carne propia las injusticias del régimen dictatorial de Rákosi.

En mi infancia era un niño mimado, muy protegido. Me crié en una familia de la alta burguesía: mi madre era de origen aristocrático, mi padre, de procedencia judía, era un conocido abogado de su época. Las amistades de mis padres que visitaban nuestra casa con regularidad eran famosos artistas, escritores y políticos.

Desde que en 1946 cumplí los quince fui un rebelde empedernido. Primero bajo la influencia de la educación monacal desesperé a mi madre viuda con tener un breve, pero radical periodo de santidad. Eso se me pasó pronto y fui de un extremo al otro, quedándome hechizado para siempre por la alta cultura, la música y la literatura, y reprobando y despreciando todo lo que representó el pasado, incluido el pasado familiar de mi madre y del mío. ¿Por qué llevaba ella un anillo de sello? ¿Por qué tenía que dejarme al encargo de una institutriz? ¿Por qué mis padres no habían tomado parte activa en la resistencia antifascista? ¿Por qué no pagaron mejor a sus criados?, ¿por qué mi padre trató de tú a la criada y a la cocinera?, etc. Desprecié todos los hábitos chapados a la antigua de comportarse, vestirse y hablar. Le hice la vida imposible a mi madre, le daba lecciones sin cesar, la criticaba, la reprendía, y eso que la pobre ya tenía suficiente con sacarnos adelante y sobrevivir las amenazas de la dictadura que se estaba formando. Por aquel entonces ya había comenzado la intimidación y después la liquidación de la burguesía, de la clase media, y yo hasta cierto punto y por un periodo breve estuve de acuerdo con ello, hoy diríamos que estaba a favor de la movilidad social. En mi infancia, al visitar la enorme finca de mi tío en Lökösháza, me quedé conmovido por la pobreza, la sujeción y el desamparo de los colonos y peones; en aquellos momentos, desde luego, todo eso lo percibí tan solo a nivel emocional. Más tarde tampoco me hice marxista, y mucho menos comunista, no obstante los principios de la igualdad social, la democracia y la dignidad humana hicieron mella en mi conciencia.

Uno de mis primeros recuerdos es el gran piso que teníamos en el centro de Budapest y que daba a los Jardines de Károlyi. Otro recuerdo de esa época que tengo grabado en mi mente es el de la figura de un menidgo sin ojos pidiendo limosna en la avenida Múzeum, no lejos de nuestra casa. Desde ese piso nos mudamos al monte Sas cuando yo tenía seis años, allí mis padres habían construido una villa preciosa, moderna, de varias habitaciones, con jardín y ventanas francesas. Vivimos allí hasta el final de la guerra. Durante el asedio tuvimos que buscar refugio, el chalet se convirtió en un cuartel de los alemanes, después de los húngaros, y más tarde de los Cruces Flechadas, para pasar finalmente a ser un cuartel de los rusos; esa parte del monte Sas cambió de dueño uas dieciocho veces durante la guerra. Fue destrozado a balazos, bombardeado y saqueado por los vecinos. La cocinera y la criada, que procedían del pueblo, pero que quedaron atrapadas en la ciudad, llegaron a conocer a fondo ambas partes combatientes. Los rusos destruyeron a palos o usaron de combustible la mayoría de los muebles antiguos, junto con mis juguetes, e hicieron de vientre alrededor de la villa a tramos regulares, y encima de cada montón colocaron una figura de ajedrez o un soldado de juguete.

Fui un adolescente de trece años que había pasado toda su vida rodeado de amor, mimado y protegido, no tenía miedo, mejor dicho, estaba seguro de que capearíamos el temporal, nosotros saldríamos con vida siempre. Esos adultos famosos e influyentes, las señoras y señores que solían visitarnos, lo arreglarían todo. Pero ellos ya no estaban, o no eran los que habían sido. Más que nadie confiaba en la famosa actriz Gizi Bajor, y no en vano, pues ella efectivamente logró ayudarnos. Todo me pareció una aventura excitante y no tenía sensación de peligro.

La universidad fue una pesadilla. Empecé mis estudios en 1949, pero a pesar del excelente examen de admisión fui rechazado por ser hijo de la gran burguesía, ajeno a la clase obrera. Para entrar en la universidad necesitaba el enchufe de Gyula Ortutay. El mío fue el primer curso en el que cientos de jóvenes campesinos y obreros de formación profesional fueron admitidos, a pesar de que prácticamente no tenían conocimientos, ni preparación, ni cultura para los estudios universitarios. De esa forma, es decir, cumpliendo un orden, se realizó un importante giro social, que sin embargo se habría podido hacer mejor, con lo que causó considerables daños. Muchos resistieron con enormes fuerzas e impresionante firmeza, y llegaron a ser excelentes expertos, al mismo tiempo muchos se vieron obligados a abandonar los estudios, no pudiendo cumplir con las exigencias, y encontraron en el alcohol una vía de escape. Las autoridades se dieron cuenta de la situación, y bajaron el nivel de la enseñanza, haciendo posible que los de la formación profesional recibiesen exámenes más fáciles, porque había que cumplir con la norma; a los descendientes de familias burgueses como yo, sin embargo, nos hicieron sudar. En los círculos de estudio, cada mañana a las siete y media se celebraba el “Círculo de Amigos del Pueblo Libre”, y hablábamos sobre los artículos que publicaba ese día el periódico del Partido. Al día siguiente de la detención de mi madre y de sus “cómplices” en una supuesta conspiración se publicó un artículo aleccionador sobre ese caso. Se puede imaginar lo mal que lo pasé.

Me permitieron continuar la universidad gracias a Gizi Bajor, que lo consiguió de alguna manera. A veces ocurría que durante la clase llamaban a la puerta, entraban dos de la policía secreta, y se llevaban a alguien que no volvimos a ver nunca más. En la primera clase en francés sobre historia de la literatura, un pobre muchacho campesino se arrimó a mí todo asustado y me preguntó susurrando: “Oye, ¿en qué idioma está hablando?”. Nada se parecía a una universidad normal.

Fragmentos de la entrevista de litera.hu con el escritor Miklós Vajda

Cortesía de Lajos Jánossy y János Szegõ (www.litera.hu)

Traducción de Éva Cserháti



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