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Móra tomando apuntes en una excavación
Móra tomando apuntes en una excavación

El cuentacuentos

Ferenc Móra

1879–1934

Libros como La chaqueta cazatesoros, personajes como Biceboca forman parte de la infancia de todos los húngaros. Son las primeras lecturas en escuela primaria y se encuentran en las estanterías de muchas familias. Uno de mis recuerdos más lejanos es la voz de mi madre contándome las historias de Ferenc Móra que para mí siempre ha sido y sigue siendo mi cuentacuentos particular. Siendo urbanita de educación para mí el campo húngaro y la vida rural de los pueblos -entonces muy remotos- se vinculan estrechamente con los cuentos de Móra.

Nacido en Kiskunfélegyháza el 19 de julio de 1879, hijo segundo de un peletero remendón y de una panadera, Ferenc Móra se hace mayor y va a escuela en la pobreza. Su hermano István que tiene 15 años más que él es escritor y profesor y lo empuja a inscribirse en la Universidad de Budapest donde obtendrá un título de geografía y de ciencias naturales. Sólo dará clases durante un año, y es reenviado al instituto donde estaba enseñando ciencias naturales por haber incluído las nuevas teorías de Darwin en su programa. En 1902 es invitado por Zsigmond Kulinyi, director del periódico independiente Szegedi Napló (Diario de Szeged), a colaborar en la redacción del periódico. Como resultado se instala en Szeged donde se casa con Ilona Walleshausen. Estimulado por el autor para niños y redactor en jefe Lajos Pósa empieza a escribir en el año 1903 para la revista de la juventud Az Én Újságom (Mi Revista) donde publicará más de 100 artículos. “Me puse a escribir historias para niños por orden de Lajos Pósa, como antes me había puesto a hacer periodismo bajo las órdenes de Zsigmond Kulinyi”.

En 1904 es nombrado bibliotecario y museólogo del Palacio Cultural de Szeged. Será director del museo en 1913, tras la muerte de su predecesor, mentor y amigo István Tömörkény que desde el 1905 lo estimula a emprender excavaciones arqueológicas en la región. “Nunca he sido lo que quería. Quería ser pastor y me he hecho profesor, quería ser profesor y me hice periodista, quería ser periodista y me he hecho director de museo”. Hará salir a la luz del día 4000 tumbas y emplazamientos durante su carrera arqueológica y eso le valdrá el título de doctor honoris causa otorgado por la Universidad de Szeged en 1932.

Entre 1909 y 1914 es redactor de varios periódicos para niños mientras va publicando sus novelas para juventud una tras la otra. A partir de 1917 es elegido miembro del comité legislativo de Szeged donde presentará, en 1919, una moción para la proclamación de la República que posteriormente hará que sea perseguido durante la toma de poder de Horty. A partir de 1922 trabaja como periodista y escritor de folletones para el diario progresista Virág (Flor), y luego, tras su prohibición, para su sucesor liberal el Magyar Hírlap (Noticiero Húngaro).

Su salud, delicada desde tiempos atrás, declina seriamente a partir de los años 1930. Y muere el 8 de febrero de 1934.

Su obra

La indecisión que Móra muestra en los inicios de su carrera se debe tal vez a la multiplicidad de sus talentos. Sus trabajos científicos referentes a las excavaciones arqueológicas que lleva a cabo en la gran llanura húngara son de un valor reconocido internacionalmente (Las tumbas de Kunágota). Se ocupa igualmente de la redacción de manuales escolares (entre otros el silabario Zengõ ABCAlfabeto melódico-, todavía impreso hoy en día) destinados a la enseñanza primaria. Su obra periodística, ya se trate de artículos que se ocupen de la actualidad política o de folletines, está marcado por una ironía y una maestría estilística. Incluso durante los años del “terror blanco” de Horty, que continuaron la represión de la República de los Consejos, sus escritos aún siendo críticos, fueron publicados sin que fuera seriamente molestado.

La política se infiltra en su obra literaria que se articula alrededor de tres temas principales: los campesinos, la familia y el patriotismo. Describe incansablemente la desgracia dramática de los pequeños, de los pobres, que no ha cambiado con la erradicación tardía del sistema feudal húngaro, y que se acentúa durante la regencia de Horty. Y no obstante sus escritos lejos de ser sombríos, están iluminados por la serenidad y el humor desprendido por los que poseen raíces profundas que los unen a la tierra, a los suyos y a la patria. La poesía de su visión (de hecho es autor de numerosos poemas) la fineza extrema de su estilo, su don de narrador y un registro cercano a la lengua hablada lo hace accesible incluso al público más joven y hacen de él uno de los clásicos de la literatura juvenil húngara. De hecho la mayor parte de sus obras van destinadas a éste o, –como en el caso de Csilicsali Csalavári Csalavér, verdadero Roman de Renart húngaro y excelente burla del sistema feudal–, son igualmente accesibles a ese público. Son excepción algunas novelas para adultos como La muerte del pintor (1921) –reeditada en 1930 con el título de La hija de cuatro padres–, Canto sobre los campos del trigo, Ataúd de oro y el Hannibal resucitado, la única novela que no fue publicada durante su vida y que, con un humor desternillante, pone en la picota al sistema de Horty, y que no fue publicada hasta 1956 después de una fuerte censura.

Móra, el mago

Las historias de Móra –sus novelas se articulan generalmente en capítulos muy breves, cincelados hasta el extremo de poder figurar independientemente como cuentos– maravillan a su público, sea la madre que las lee, el niño muy tierno que las escuche o el niño un poco mayor que las lee para sí mismo.

El encandilamiento es debido en parte al lenguaje utilizado, ritmado, coloreado, “oral”. A los niños les gustan los poemas, les gustan las cancioncillas, porque tienen un oído especial para el ritmo, para la sonoridad de la lengua que todavía es nueva para ellos. El ritmo y la sonoridad crean puentes por encima de las brechas en la comprensión del contenido, inevitables en los muy pequeños, pero que se van llenando poco a poco a medida que se hacen las relecturas.

El encanto es debido a la forma: los niños adoran las historias “de cuando yo era pequeño”, poco importa quien es el “yo”: el niño, la mamá o el narrador de la historia. Esta forma crea una atadura directa entre el narrador y su público, y relega la narración a un intemporal que, no obstante, le resulta familiar.

El encandilamiento es debido al sujeto: se trata siempre de pequeños, de los pequeños de una familia, de los pobres de una nación. El niño pequeño, simpatiza con los pequeños. El encanto se debe a los lazos que la historia crea a través de esta simpatía con la naturaleza, con la familia, con la patria, su historia y sus héroes.

El encanto es debido igualmente a ciertos personajes-clave misteriosos y mágicos como el gitano Tilinkó en El Príncipe de Carne de nuez o Küsmödi y Biceboca en La chaqueta caza-tesoros que viven al margen de la sociedad y que, paradójicamente, y precisamente gracias a su distancia respecto a la misma, ayudan al héroe a tomar conciencia de sus raíces y de ese modo encontrar su lugar en el mundo. Le enseñan la cualidades que desde tiempos inmemoriales, ayudan a vivir y a morir: la honestidad, la lealtad, el humor, la capacidad de renunciar. Le enseñan el secreto principal: querer a los hombres, la tierra y la vida.

Kinga Dornacher


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