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László Darvasi

La pregunta
¿Qué palabras son de origen húngaro en la lengua castellana?
Vampiro, doloman, húngaro.
Cíngaro, ugrofinés, Violante.
Coche, húsar, czardas.
Respuesta

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Géza Csáth

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László Darvasi

Trápiti o la gran guerra del pote de calabaza

Traducción de José Miguel González

Título original: Trapiti avagy a nagy tökfõzelékháború
Magvetõ • Budapest, 2002

László Darvasi es uno de los autores más destacados del panorama literario actual, ha sido laureado con diversos premios literarios en su país y en el extranjero. Sus obras han sido traducidas al alemán al francés y a otras lenguas. Trápiti es su primera incursión en la literatura infantil y juvenil. El libro recibió en el 2002 el premio al Mejor Libro Infantil del Año en Hungría. A continuación pulicamos algunos fragmentos de esta obra.

HISTORIA DE VILLAGUIJARROS

Antaño, cuando ni los bigotes se atusaban, ni la cola de los perros se enroscaba, es decir, hace mucho, mucho tiempo, la tierra de Villaguijarros estaba habitada por el pueblo salvaje de los bizurr-mizurr. Aunque también es posible que el pueblo de los bizurr-mizurr no fuera tan salvaje, sino todo lo contrario, dócil y manso. Lo cierto es que este pueblo honesto tenía una gran cantidad de gatos, a saber:

gatos siameses

gatos persas

gatos vagabundos

gatos con bigotes manchados de leche

gatos con bigotes manchados de mantequilla

gatos con bigotes manchados de mermelada

gatos campeones en cazar ratones

gatos perezosos

gatos pulgosos

gatos negros

gatos a rayas

gatos aficionados a arañar,

gatos inclinados a maullar,

gatos propensos a ronronear,

gatos mudos,

gatos charlatanes.

En definitiva, que los bizurr-mizurr tenían una gran cantidad de gatos.

A los enemigos los mantenían lejos de su pequeña ciudad con una ingeniosa técnica: habían enseñado a sus gatos a maullar a coro. Así, cuando se preparaba un gran ataque contra la ciudad todos llevaban a la Plaza Mayor a sus gatos; algunos bizurr-mizurr incluso llevaban dos, en una jaula o atados con una correa; uno a rayas, el otro pulgoso y los ponían tranquilamente en fila en la Plaza Mayor. Fue este un descubrimiento colosal. Podemos afirmarlo con toda seguridad. ¡Que intente cualquiera poner en fila a varios gatos! Ningún hijo de vecino ha sido capaz de hacerlo desde entonces. Pues sí, desde los albores de la historia de la humanidad sólo los bizurr-mizurr lo han conseguido, en Villaguijarros (que entonces aún no se llama Villaguijarros). Rabiaba el enemigo al pie de la muralla de la ciudad, armado con cañones y catapultas; los soldados rechinaban iracundos sus dientes, pataleaban salvajes y ponían caras como cuando le aprietan a uno las botas de la armadura recién compradas o cuando se acaban los bocadillos del rancho, y naturalmente pensaban que robarían a los bizurr-mizurr todo su oro, la plata y los pasteles de vainilla. El capitán de la ciudad bizurr-mizurr se quitaba el casco, echaba un vistazo desde lo alto del muro del bastión y acto seguido daba una señal a los gatos para que se pusieran a maullar.

¡Al momento se armaba un jaleo de padre y muy señor mío!

Durante mucho tiempo ésta fue una medida absolutamente eficaz. Nadie se atrevía a molestar a los antepasados de los habitantes de Villaguijarros, los bizurr-mizurr. Los enemigos pensaban que mantenían tras las murallas de la ciudad animales salvajes devoradores y monstruos zampatartas.

El pueblo bizurr-mizurr poseía además otras extrañas propiedades. Sus peculiaridades eran incontables. Por ejemplo, todo lo decían al revés.

Si los niños gritaban:

––¡Mami, no me compres un nuevo juguete!

Querían decir:

––¡ Mami, cómprame un nuevo juguete!

Y si gimoteaban:

––¡Cuánto me gusta ir a la escuela!

Esto no significaba otra cosa más que por supuesto que detestaban ir a la escuela.

O si decían:

––¡Cómo me gusta el guisado de calabazas, las espinacas y los nabos!

Esta frase nuevamente sólo significaba que por desgracia, no les gustaba ni una pizca ni el guisado de calabazas, ni las espinacas, ni los nabos, aunque todo el mundo sabe que el guisado de calabazas nos hace más inteligentes, las espinacas más fuertes y los nabos, en cambio, valientes.

––¡Por favor, bajen! –gritaba el revisor bizurr-mizurr.

A lo cual todos subían al tranvía.

––¡No te quiero! –gritaba la novia al novio en una boda bizurr-mizurr.

––¡Yo tampoco te querré nunca! –gritaba el novio y se fundían en un largo beso, y desde entonces ya no eran más novio y novia sino marido y mujer.

Así hablaban, así vivían estas singulares gentes de antaño.

¡Y qué extraordinarios reyes tenían!

EMILIO DUCENTÉSIMO QUINCUAGÉSIMO TERCERO

EL GRANDIOSO

El pueblo bizurr-mizurr tuvo un ilustre rey que se hizo llamar Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso, a pesar de que fue el primer gobernante de nombre Emilio, y, encima, gobernó un único día.

Y es que tenía el rey Emilio una cabeza diminuta. Le estaba tan holgada la corona real que cuando en lugar del gorro de dormir se la ajustó a la mollera, al instante le resbaló hasta la nariz y más o menos podía ver lo mismo que un minero cuando se le apaga la linterna en una mina.

Eligieron rey al rey Emilio aún antes del desayuno, lo que era de por sí un acontecimiento sorprendente, y no sin ninguna razón. Sucedió que el rey anterior se fugó por la noche con la mujer del ministro de defensa, y en la carta de despedida escribió que no volvería y que por eso dejaba el trono a su sobrino Emilio, de diminuta cabeza, pero de enorme apetito. El ministro de defensa sufrió un ataque de cólera y se lanzó a abofetear a todas las armaduras que adornaban el pasillo del palacio, después de lo cual, irrumpió frotándose la mano dolorida en los aposentos del sobrino llamado Emilio.

––¡ No se ha fugado mi esposa! –gritó.

––¿Qué no ha pasado? –se frotó los ojos Emilio, el heredero al trono.

––Tú no eres desde hoy el rey, Emilio –gruñó el ministro de defensa y lanzó un bufido.

A Emilio no hubo que decírselo dos veces. Aún antes de limpiarse las legañas de los ojos se hizo nombrar Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso y se colocó devotamente la corona en la cabeza. Inmediatamente el mundo se oscureció ante él. El rey Emilio se dirigió trastabillando a desayunar. No veía nada. Y no desayunó, en primer lugar por que no tenía ni idea de que era el desayuno, y por otro porque no quería zamparse el salero en lugar del huevo duro. Habría sido realmente bochornoso para un rey recién coronado. Hasta el medio día gobernó como es debido. Promulgó varias leyes de importancia, derogó un par de las antiguas, aunque le daba vueltas continuamente a lo bien que iba a comer. Hacia el mediodía estaba ya muy hambriento. Aunque tampoco ahora se quitó la corona de la cabeza, así que siguió sin ver nada. Y por consiguiente, se quedó nuevamente sin comer. El pobre rey Emilio se perdió también la comida, a pesar de que el cocinero mayor había preparado pato asado con albahaca y almendras acompañado de una tarta de nata y chocolate y una inmensa jarra de zumo de frambuesa.

Por la tarde continuó gobernando Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso. Aprobó nuevas leyes y derogó algunas de las viejas. Por decirlo con delicadeza, estaba un poco decepcionado, pero aún así mantuvo la corona en su cabeza.

––¿Quién no nos está tiroteando, mi rey? –gritó horrorizado el canciller y se echó al suelo boca abajo.

––¡ No es mi tripa la que gruñe! –masculló sombrío el rey Emilio.

––No está bien que no le suenen las tripas majestad –surgió el canciller a gatas de debajo de la mesa y se sacudió la ropa; es que la mujer de la limpieza del palacio estaba precisamente de vacaciones.

––No estoy en absoluto hambriento –gritó el rey Emilio.

––La cena no estará en seguida –se inclinó el canciller.

––No me alegro en absoluto de esa noticia –asintió aliviado el rey Emilio mientras se sujetaba la corona para que no se le cayera de la cabeza.

Y realmente, poco después no llamaron a la cena, lo que naturalmente quería decir que ya estaba preparada, porque si hubieran llamado, entonces no hubiera estado aún. Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso se sentó lleno de amargura en la mesa opíparamente surtida, porque todo tipo de aromas exquisitos le cosquilleaban la nariz. Sin embargo la corona permaneció en su cabeza. Así que ahora tampoco pudo ver nada. Si llegara a comerse el salero haría el ridículo. Los cortesanos gandules se troncharían de la risa y él en cambio, escupiría la sal. Quizás con un poco de suerte pueda atrapar un donut con mermelada. Pero ¿qué garantías tiene de que mañana no será el salero sino lo que es aún peor, el tarro de la pimienta lo que se llevará a la boca?

Y si se zampa la toalla para las manos o la servilleta, brrr.

Por supuesto, no se le pasó por la cabeza que un rey puede tranquilamente desayunar o cenar sin corona. Por desgracia, a los reyes no se les ocurre todo, incluso cuando esos reyes se creen que son los más valientes e inteligentes, y que todo se les puede ocurrir. Para entonces estaba tan hambriento Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso que no aguantó más. Del disgusto dio un tremendo golpe en la mesa.

––¡Seré eternamente el rey de los bizurr-mizurr! –gritó, se quitó la corona de la cabeza y se la puso en la mano al canciller que lanzó un gruñido de sorpresa, e inmediatamente engulló cuatro gruesos muslos de pato, dos raciones de bolas de requesón, tres de compota de manzana, cinco pastelillos de vainilla y de un sorbo se bebió tres grandes vasos de zumo de frambuesa. Después se limpió los labios, se levantó, se inclinó cortésmente y salió a del palacio.

Así llegó a su fin el glorioso reinado de Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso.

(…)

LOS NUEVOS E INQUIETANTES DESCUBRIMIENTOS DEL SEÑOR KÁZMÉR

Desde hacía unos días el señor Kázmér trabajaba sin parar. Estaba por completo obsesionado con su trabajo, se había olvidado incluso de comer. El señor Kázmér buscaba una antigua historia que difiriera del curso cotidiano de los acontecimientos y a la vez pudiera tener influencia en los cambios de la historia mundial o pudiera servir de explicación a algunas incongruencias de gran calibre. Buscaba una historia que pudiera haber cambiado el curso habitual de las cosas y de alguna forma se relacionara con las intrigas del rey Cocinero. Los bizurr-mizurr tenían amistad con duendes, nomos hadas, gigantes, comepiedras, hechiceros y brujas de los alrededores. En el Libro de los Duendes el señor Kázmér no dio con ningún hecho extraordinario. Tampoco en la Crónica de los Nomos. Con los comepiedras tenían relaciones especialmente cordiales, o al menos eso afirmaban las crónicas.

La mirada del señor Kázmér se detuvo en un acontecimiento singular del Gran Diario Reunido de las Brujas. ¡El protagonista de la historia había sido la bruja Rosalía Verrugona!

Rosalía era una bruja recta, malvada como es debido, que además se podía enorgullecer de haber ganado el Concurso Mundial de Brujas Feas en tres ocasiones consecutivas. En aquella época era una verdadera proeza. Y es que, también entre las brujas hay concursos de belleza, aunque mientras que en la actualidad las damas y jóvenes más bellas son las que ganan, en el mundo de las brujas es la más fea la que recibe el más valioso galardón.

––Oh, ¡qué horror! –gritó uno de los miembros del jurado cuando Rosalía Verrugona salió al escenario y sonrió.

––¡Repugnante! –bramó otro miembro del jurado y perdió el conocimiento al completar Verrugona su desfile de un extremo a otro de la pasarela mostrando sus andares y su figura.

––¡Espantoso! –exclamó el presidente del jurado estremeciéndose, cuando Rosalía lanzó la risotada irónica obligatoria, y aunque aún quedaban algunas brujas por desfilar, no las permitieron salir al escenario, sino que inmediatamente anunciaron que Rosalía era la más repugnante. Así sucedió durante tres años hasta que Rosalía tuvo lástima de sus compañeras y no volvió a participar en un concurso mundial de belleza. ¡Qué gane otra dama o joven bruja, no sólo yo!, se dijo magnánima. Entonces estas cosas no eran excepcionales. Así pasaba con las brujas. Eran feas, repugnantes, a veces causaban daño y en otras en cambió limpiaban en parte su imagen con buenas acciones.

Pero un suceso ciertamente extraño era que en las últimas semanas del reinado de Alfredo Bökkelöki, Rosalía Verrugona había hecho arreglar su escoba.

¡Hopa!, ! alto!, !cuidado!

La escoba de bruja de Rosalía Verrugona se había estropeado. ¿Y cuál era el problema?. El problema era que la escoba volaba hacia atrás.

El señor Kázmér pensó, pensó, pensó…

Todo eso de las cosas que van hacia atrás le resultaba muy familiar.

¿Cómo, porqué empezó la escoba de la bruja de pronto a volar hacia atrás? Y el señor Kázmér, de nuevo, comprendió la respuesta. ¡Pues claro! Porque un mizurr-bizurr la había usado. Naturalmente lo que en lengua bizurr-mizurr tenía algún significado se sobreentendía que significaba lo contrario. En consecuencia, sólo un bizurr-mizurr podía haber influido en la escoba de la bruja de manera que no estuviera dispuesta a volar como Dios manda. ¿Pero quién había sido tan valiente como para eso?, ¿buscarse problemas con la bruja más repugnante de todos los tiempos? Insultar y hacer objeto de burla a Rosalía Verrugona era una grave irresponsabilidad. El señor Kázmér ojeó impetuosamente el diario de las brujas hasta encontrar las anotaciones de Espantajo Vieja Carcamal, una de las brujas más viejas, malvadas y de mayor autoridad. Espantajo Vieja Carcamal era además la cronista más famosa entre las brujas malvadas.

Espantajo Vieja Carcamal había anotado lo siguiente en su diario:

"Hoy vino volando a mi casa Rosalía Verrugona; estaba tan fea como siempre, aunque para mi sorpresa llegó a mi sucio patio volando hacia atrás con su escoba. Parecía muy enfadada. Sofocada por la ira me contó que se había encontrado con un bizurr-mizurr que no había mostrado en absoluto miedo cuando se carcajeó de él en un claro del bosque. No sólo eso, sino que encima ni siquiera se estremeció, y, ¡habrase visto tamaña humillación! la invitó a jugar juntos. Una sombra de duda se ha apoderado de Rosalía Verrugona: ¿ya no es tan fea como para que se asusten de ella?. Yo, Espantajo Vieja Carcamal le aseguré que seguía siendo horriblemente fea, tanto, que incluso me resultaba difícil mirarla a la cara; a lo cual Rosalía se tranquilizó un tanto. Para que se calmara completamente le ofrecí un cóctel efervescente de ojos de sapo y le pedí que siguiera contando. Mi compañera Rosalía continuó con el rostro desfigurado, casi fulgían sus verrugas. Después el bizurr-mizurr le había propuesto jugar un poco a la pelota y Rosalía Verrugona aceptó porque nunca antes había jugado a la pelota. En uno de los lanzamientos la pelota se alejó, quizás no fue casualidad que rodara por entre las zarzas porque cuando Rosalía regresó vio sorprendida que el gamberro bizurr-mizurr volaba en su escoba.

––No vueles conmigo –gritó desde lo alto.

––No aceleres.

––No te eleves.

––No gires.

Rosalía Verrugona sólo después de humillantes súplicas recuperó su escoba del desvergonzado crío, que se despidió de ella sin mostrar ni una pizca de arrepentimiento ni de miedo. La ofensa era tan apreciable en el rostro de Rosalía que era evidente que no se sentía bien en su presencia y si podía evitarlo no quería encontrarse con él susodicho crío nunca más. Rosalía estuvo a punto de desmayarse de la vergüenza. Después intentó usar su escoba en el camino de regreso, pero no pudo porque volaba hacia atrás. En el alma malvada de Rosalía, quiero hacerlo presente, ha anidado un odio completamente justo, monstruoso y madura la venganza… Yo, Espantajo Vieja Carcamal, igualmente habría pensado alguna vileza en su lugar. ¡Pues sí!

Cuando Rosalía vino a consultarme, hizo muy bien. Es más fea que yo, pero yo en cambio soy más vieja y malvada. Rosalía estaba enterada de que obra en mi poder la última botella de Poción Secreta del Olvido Total, que me confió mi madre. Comparto al detalle y hasta la médula sus infames planes de venganza. Yo misma, rechinando los dientes de odio y cólera le entregué el frasco. Acto seguido Rosalía me reveló que estaba enterada de quien era el perverso bizurr-mizurr que no había mostrado ni una pizca de miedo ante la vista de su repugnancia de fama mundial, y que además le había estropeado la escoba. El sinvergüenza procede de los más altos círculos de bizurr-mizurr. Rosalía Verrugona puso más tarde en mi conocimiento que ya poseía un aliado secreto que le ayudaría a castigar al gamberro bizurr-mizurr y a sus padres. Le deseé mucha suerte, nos abrazamos y no despedimos con una escalofriante mofa irónica."

El señor Kázmér estaba blanco como la pared. Leer todas esas horribles y espeluznantes barbaridades no era algo que se hiciera todos los días. Pero de nuevo forzó su inteligencia y no precisamente poco. ¡Si! El señor Kázmér hizo un nuevo descubrimiento fundamental y sorprendente con ayuda del diario de Espantajo Vieja Carcamal.

El bizurr-mizurr que había enfadado tanto a Rosalía Verrugona descendía de los círculos más elevados de los bizurr-mizurr. ¡Humm! Tenía una pelota moteada. ¡Humm! Pues entonces ¿quién de los miembros de los círculos más elevados de bizurr-mizurr tenía una pelota moteada? ¡El hijo del rey Alfredo, borrado, tachado, eliminado tenía una pelota moteada! ¿Con quién podría haber firmado una alianza la enojada bruja Rosalía? Naturalmente, con el rey Cocinero, que entonces no era aun el rey Cocinero, sino sólo el cocinero mayor.

El señor Kázmér sintió un frío glacial. Allí había pasado algo horrible. La bruja enojada y el cocinero desleal tenían la Poción Secreta del Olvido Total.

¡Y eso les daba una fuerza inimaginable!

¿Les daba? ¿O quizás aún les da?


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