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Kálmán Mikszáth

El asedio de Beszterce

Traducción de Éva Cserháti y Antonio Manuel Fuentes

Título original: Beszterce ostroma
El Nadír • Valencia, 2011

Introducción

Desde hace años tengo la costumbre de cenar en el restaurante Archiduque Esteban junto a mi apreciado amigo el conde Károly Pongrácz, diputado y general. En las largas noches de invierno a menudo solo somos dos en la mesa de siempre, bajo el velo ligero del humo de los cigarros, y cuando se nos acaba la actualidad que sirve de materia para conversar, nos escabullimos gustosamente del presente a un pasado rebosante de vivencias y colores. En estas ocasiones casi no nos vemos el uno al otro, solamente vemos el pasado.

Durante todos estos años recordamos alguna que otra vez al conde István Pongrácz: sus hazañas, sus campañas militares, toda su excéntrica personalidad. Acudían a la mesa parientes que me iban descubriendo nuevos rasgos de István Pongrácz. Un día caí en la cuenta de que yo también me había encontrado una vez con el difunto conde, que lo había visto cara a cara y que habíamos hablado. Su figura me despertó la curiosidad desde un punto de vista literario. Pregunté por él, escruté en los impulsos de su alma; todos los que lo habían conocido de cerca me dijeron:

–-El conde István tenía cerebro, aunque no mucho. También tenía ambiciones, eso sí, muchas; quería ser el protagonista a toda costa, y como se dio cuenta de que no podía representar el papel de listo, intentó el de loco.

Eso refleja mucho sentido común. En este país, tanto los tontos como los listos pretenden hacerse notar. La competencia es feroz. El conde István se abonó al terreno más agradecido: se metió a loco. Ahí lo dejaron crecer a su aire poderosamente, sin hacerle sombra a nadie.

La historia de la familia Pongrácz está llena de luces y esplendor medievales: los Pongrácz de Szentmiklós, que eran príncipes tributarios; Péter Pongrácz, el más gallardo de los paladines húngaros, causante del amor infeliz de una reina; Pál, el del enorme montante, el degollador de turcos. Y así, un sinfín de antepasados gloriosos, un sinnúmero de garbosas señoritas Pongrácz de caras lozanas, sombreros de plumas, y zapatos de salón dorados; más adelante, madres de grandes figuras históricas; y aún más tarde, fantasmas de castillos cubiertos con una sábana…

Esta historia familiar es como un lago profundo. El que le clava los ojos, el que deja perder su mirada en él, acaba mareado si no tiene la cabeza bien puesta. Y el conde István no la tenía y clavó su mirada en lo más profundo…

Decidí hacerme con un trozo de su vida, lo suficiente para un relato, como quien corta un trozo de paño para hacerse un chaleco.

Solo me faltaba pedir permiso a los miembros de la familia, puesto que la historia era muy reciente, y su protagonista todavía no era polvo, sino que dormía el primer sueño en el sepulcro de Varin. Las coronas que cubrieron su ataúd el día del entierro todavía no se han marchitado.

Los miembros de la familia a los que acudí me dieron su consentimiento con mucho gusto, y cuando les planteé la cuestión de si dar un nombre ficticio al héroe del relato, el conde Károly, el mayor de los Pongrácz, dijo:

–-Deje que la historia pase bajo su nombre. Si hoy se levantase de su tumba, se alegraría más que nadie de poder leer su propia historia impresa. Puede que pretendiese algo similar.

Siendo así, en nombre de Dios, puedo empezar esta historia medieval, algunos de cuyos protagonistas siguen vivos hoy en día, a finales del siglo XIX.


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