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Las cuatro estaciones. Mayo

Traducción de Eszter Orbán

Título original: Négy évszak. Május
Helikon • Budapest, 1998

A continuación os ofrecemos dos fragmentos de Márai, escritos en sus años juveniles. El primero de ellos va dedicado a la España desolada por la Guerra Civil.

España

Cierro los ojos, en una cafetería, con un periódico en las manos en el que unas corpulentas letras mayúsculas están gritando que una vez más ha perecido una parte de España. ¿Qué ha perecido, entre el lunes y el martes? No sólo las piedras, unas piedras amarillas como la mantequilla en el balcón de una iglesia, marchitadas por el tiempo hasta volverse negras. En alguna parte, delante de una catedral, en cuya plaza antaño ardían las llamas de la Inquisición, yacen personas con las tripas desgarradas, como los caballos en la plaza de toros. Oigo gemidos, y a continuación, un apasionado canto fúnebre. Ha perecido algo que no sólo ha sido ciudad, arte, cuarto de baño destrozado —ha perecido también aquella España que fue al mismo tiempo manos muertas y Velázquez, un ejército politizante y Greco, Gil Robles y Don Quijote, una profunda reverencia y una amorosa sonrisa debajo de un balcón con negras rejas, rosas color burdeos oscuro y luminiscentes pescados de abundante carne en una cesta del mercado, soberbia y andrajosa miseria; aquella caliente y negra mezcla que incluso en sus mejores momentos tenía algo de africano, aquella espiritualidad que se reflejaba loca y ..... en los rostros de las víctimas atadas a la hoguera y en las caras de los curas que la rodeaban —ay, verdugos, caballeros, endemoniados, enamorados, matadores de toro, olor a sangre e incienso, negras capillas y mantillas de encaje alrededor de un dulce y tenue rostro, poetas españoles y lavadores de tripas españoles, esplendor y miseria, eterna miseria, os invoco una vez más, lanzo un grito con vuestro nombre al mundo, a modo de canto, reivindicación y funeral.

Juventud

Soy muy joven. Mis amigos me animan, diciéndome que ahora comienza la vida que, por lo demás, es del todo mía.

Es posible, pienso, es posible que comience ahora. Luego me acuerdo de que Tolstoi, a esta edad que yo tengo ahora, ya había escrito su obra principal, y que Petõfi, a esta edad ya estaba muerto desde hacía una década. Me estremezco y me animo. Me estremezco al reconocer que no hay reglas, y me animo porque evidentemente no tengo los medios, ni el talento para escribir algo que siquiera remotamente se parezca a las obras de Tolstoi o Petõfi. Tengo otra misión, y otras capacidades. Más humildes y mucho más pobres. Y otras, diferentes… ¿cuánto tiempo necesitaré para cumplir con mis deberes? Echo un vistazo al reloj, luego me asomo a la ventana. Y encojo los hombros. Vivo.


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