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La literatura húngara infantil y juvenil

José Miguel González

El zorrito Vuk y sus hermanitos
El zorrito Vuk y sus hermanitos
“(…)En mi casa todo el mundo leía. Mi madre, mi padre, mis abuelos. Al observar sus rostros inclinados sobre algún libro, al ver que a veces sonreían, que otras se ponían serios, y que a veces daban la vuelta a la página con una tensa atención, me preguntaba ¿por dónde andarán? No me oyen, si les hablo, y cuando por fin me prestan atención, parece recién salidos de algún lugar lejano. ¿Por qué no me llevan con ellos? ¿Qué hay en los libros? ¿Cuál es el secreto que no me quieren contar?(…)”

Éva Janikovszky

“¿Qué hay en los libros? Esto me preguntaba yo cuanto tenía tres o cuatro años, mientras permanecía acurrucada en mi sillita en la librería de mis abuelos. Tras la caja, estaba sentada mi abuela; al otro lado del mostrador, mi madre esperaba a los compradores. Detrás de ella, los estantes llegaban hasta el techo y había una escalera larguísima, sujeta por dos ganchos a una barra de hierro, que se deslizaba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, para que se pudieran alcanzar los libros colocados en los estantes de arriba. ¡No vayáis a pensar que yo me aburría! Cuando entraba un cliente a la tienda, yo trataba de adivinar si iba a escoger un libro de los estantes inferiores, o bien iba a interesarse por alguno colocado arriba. Mi madre, joven, ágil e inteligente sabía dónde se encontraba cada libro, subía por la escalera si era necesario, bajaba con un libro de cubierta azul, roja o morado, y lo colocaba delante del comprador. Yo estaba orgullosa de mi madre, y cada vez me interesaba más y más lo que pudiera haber en los libros. En las filas de abajo también había libros de cubierta azul, roja o morada, llenos de letras negras muy pequeñas, ¡pero ninguno tenía dibujos de colores bonitos como los míos! En mi casa todo el mundo leía. Mi madre, mi padre, mis abuelos. Al observar sus rostros inclinados sobre algún libro, al ver que a veces sonreían, que otras se ponían serios, y que a veces daban la vuelta a la página con una tensa atención, me preguntaba ¿por dónde andarán? No me oyen, si les hablo, y cuando por fin me prestan atención, parece recién salidos de algún lugar lejano. ¿Por qué no me llevan con ellos? ¿Qué hay en los libros? ¿Cuál es el secreto que no me quieren contar?. Más tarde, aprendí a leer. Y descubrí el secreto de los libros. Descubrí que en ellos estaba todo. No había solamente hadas, gnomos, princesas y brujas malvadas, sino que también estábamos tú y yo, con todas nuestras alegrías, nuestras preocupaciones, nuestros deseos, nuestras tristezas; en ellos están lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, la naturaleza, el universo; todo esto cabe en los libros. ¡Abre un libro! Compartirá contigo todos sus secretos.”

Éva Janikovszky

Mensaje del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Año 2001.

Éva Janikovszky. Foto: Museo Literario Petõfi Este artículo no pretende ser un examen exhaustivo sino una mera introducción y se centra más bien en el periodo iniciado en los años setenta. Entre los autores clásicos hay algunos que escribieron ocasionalmente libros infantiles, pero se consideran iniciadores de la literatura infantil a Elek Benedek (1859-1929), que recopiló cuentos populares húngaros, a Kálmán Mikszáth (1847-1910) con su novela El paraguas de San Pedro (Editorial Aguilar, 1953) y a Ferenc Móra (1879-1934) (en castellano Manolete, el erizo poderoso, Corvina, Budapest, 1974). Debemos mencionar la obra más popular de Sándor Petõfi (1823-1849) Juan del Paladín (en castellano Corvina, Budapest, 1980) que cuenta las aventuras medio reales, medio fantásticas de Juan, un pastor que se convierte en húsar. A esta línea se pertenece la adaptación de Miklós Rónaszegi (Háry János: las aventuras y embustes del famoso húsar húngaro (en castellano Ediciones SM, 1988). Entre las primeras obras inmortales de esta literatura se encuentran Los muchachos de la calle Pál (1907), de Ferenc Molnár (1878-1952) -publicado en castellano por la Editorial Alfredo Ortells en 1980-, donde el autor refleja la vida de los niños de Budapest agrupados en pandillas que luchan entre sí, y Señor maestro (1916) de Frigyes Karinthy (1887-1938).

A mediados del siglo XX destacan autores como Mária Halasi (en castellano: A la izquierda de la escalera, Ediciones SM, 1991; La del último banco, Editorial Juventud, 1982; Primer reportaje, Ediciones SM, 1991) Ágnes Bálint (1922), que escribió Uva pasa y Frakk el terror de los gatos, Józsi Jenõ Tersánszky (1888-1969) y sobre todo István Fekete (1900-1970), en especial por sus descripciones del mundo natural, como en Vuk (1965), conocido en España por su versión cinematográfica: Vuk un zorrito muy astuto (1981, Attila Dargay). En poesía, Sándor Weöres (1913-89), uno de los grandes del siglo, prestó mucha atención al mundo infantil. Destaca su Bóbita (1955), donde juega con la lógica de las palabras y de las imágenes.

Frakk el terror de los gatos Entre los autores que desarrollan su obra principal en los años setenta hay clásicos inolvidables como István Csukás (1936), sus personajes, como el malvado vendedor de helados Bagaméri, Süsü el dragón, Pom-pom, o el gato Mirr-Murr, son extraordinariamente populares. Escribió Sombrero de copa y nariz de payaso (1973), sobre unos niños que intentan organizar una sesión de circo en un patio para una niña enferma y se ven envueltos en el robo de animales en el zoo, Süsü, el dragón (1980), la historia de un pequeño dragón expulsado de su familia porque es incapaz de asustar y otras muchas. En poesía destacan libros que hablan a los niños en su propio lenguaje, tratándolos de igual a igual, por ejemplo los de Éva Janikovszky (1926-2003) (en castellano: ¿Lo sabes tú también?, Daimon, 1967; Si yo fuera mayor…, Daimon, 1967), entre cuyas obras destacan A quién ha salido este chico (1974). Pero si alguien fue capaz de crear un lenguaje propio original y de llegar a la vez a los niños, de comprenderlos y hablarlos en su propio lenguaje fue sin duda Ervin Lázár (1936-2006). La parte fundamental de su actividad literaria está dedicada al público infantil aunque escribió cuentos para adultos llenos de fantasía (véase en Informes de lectura La finca de estrellas), en una especie de realismo fantástico popular húngaro. Su lenguaje es colorido, musical, lleno de palabras inventadas como en los juegos lingüísticos de los niños, son obras casi herméticas para los adultos que se desarrollan en mundos nacidos de la imaginación infantil. Podemos mencionar El hada de siete cabezas (1973), o La fábrica de duendes (1994), por citar solo a algunos. Sus obras fueron editadas por Osiris, una prestigiosa editorial, famosa por la calidad de sus ediciones, con ilustraciones de László Réber, que les dio un toque personal y original perfectamente adecuado a su contenido. Además habría que destacar también la editorial Móra, especializada en literatura infantil y juvenil.

Ervin Lázár. Foto: Museo Literario Petõfi A mediados de los noventa surge una nueva generación de escritores fuertemente influidos por la tradición de Ervin Lázár. Son autores preocupados por la musicalidad y el ritmo, por usar de manera creativa el propio lenguaje infantil y que desarrollan mundos fantásticos paralelos usando la lógica de los niños. Por su calidad y originalidad hay que mencionar El príncipe de Szuromberek (2001) de Ferenc Szijj, novela de aventuras fantásticas, llena de humor, donde para salvar a una princesa, el príncipe debe ponerse en camino al mando de una colorida compañía de animales, verduras y objetos vivientes del jardín, que más que ayudar entorpecen la labor del héroe; Trápiti o la gran guerra del guisado de calabazas (2002) de László Darvasi (véase un fragmento de la obra en Lectura del mes y el breve resumen de la misma en Informe de lectura), es una narración fascinante que esconde una reflexión sobre el mundo de los cuentos y su formación, ridiculizando y dando la vuelta a los cuentos tradicionales (véase el capítulo en el que el pobre lobo no quiere zamparse a las inaguantables pelmazas de Caperucita y su abuela). Narra la historia de un niño duende que aparece de pronto en la extraña ciudad de Villaguijarros y no recuerda nada de su pasado; la Capital Suprema amenaza la ciudad pero gracias al duende sus habitantes los derrotan. Otro autor de línea similar es Pál Békés, con El miedoso (1991) o El sabio enmendador de faltas (2005). En todos los casos nos encontramos con obras ilustradas de manera exquisita.

Diferente es el ciclo de novelas sobre Gergõ, de Gyula Böszörményi, más en la línea de un Harry Potter con toques húngaros, ya que parte de las tradiciones y la mitología de los antiguos magiares. Es la historia de un niño corriente de Budapest que se ve inmerso en un mundo de chamanes, brujos y magos.

Como muestra de la poesía infantil de los últimos años hay que nombrar a Dániel Varró con su Más allá de la montaña de mugre (2003), que ha sido llevada con enorme éxito al teatro de marionetas.

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