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La tierra perdida – El Tratado de Trianon

Antonio Manuel Fuentes Gaviño

La población húngara de la ciudad de Kolozsvár (Cluj) celebra entre risas y lágrimas el Segundo Dictado de Viena, de 1940, de acuerdo con el cual Transilvania del Norte ha sido devuelta a Hungría.
La población húngara de la ciudad de Kolozsvár (Cluj) celebra entre risas y lágrimas el Segundo Dictado de Viena, de 1940, de acuerdo con el cual Transilvania del Norte ha sido devuelta a Hungría.
El Tratado de Trianon, que dio fin a la I Guerra Mundial, es el trauma todavía vivo de Hungría. En las comunidades húngaras, que quedaron fuera de las fronteras nuevas, surgió una literatura nueva, la llamada “literatura de minoría”, que buscaba la relación cultural con la madre patria e indagaba en el dilema de elegir entre la asimilación absoluta o la marginalidad eterna. Trianón, como lo llaman los húngaros, no ha sido ni superado, ni perdonado, 84 años más tarde todavía parece ser una herida abierta.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918), además de la enorme fractura política que dejó en Europa durante varias décadas, puso fin al mismo tiempo a la prosperidad y al creciente bienestar material e intelectual que trajo consigo el florecimiento económico y la estabilidad política de la segunda mitad del siglo XIX; y el fin de la guerra, lejos de suponer una vuelta a esta normalidad, supuso un desgarro en el mismo corazón del continente a partir de los acuerdos del Tratado de Trianón.

El problema de la diversidad de nacionalidades que existía en la Hungría de los Habsburgo se convirtió en un arma potente en manos de sus rivales. En otoño de 1918, tras el derrumbe militar germano-austro-húngaro, esto puso en peligro la integridad territorial húngara.

El conde Mihály Károlyi En este momento crítico, estalló una revolución en Budapest y se proclamó la república, cuyo presidente fue Mihály Károlyi, simpatizante de la Entente. Sin embargo, la reforma democrática no pudo equilibrar el trauma causado por la derrota bélica y el ataque de los países de la llamada Pequeña Entente (Rumanía, Yugoslavia y Checoslovaquia). El descontento de las masas fue intensificado por la acción comunista: cuadros formados en los campos rusos y que ahora regresaban a Hungría. Así, el gobierno de Károlyi, ante esta situación insostenible, entregó en marzo de 1919 el poder a la República Comunista de los Consejos, dirigida por Béla Kun, que en sus escasos tres meses de duración intentó cumplir su programa social por medio de la nacionalización, al tiempo que continuaba la lucha por la defensa de la integridad nacional del país, que en julio de 1919 fue invadido por tropas checas y rumanas, propiciando la caída del régimen comunista y dando pie a la contrarrevolución del almirante Miklós Horthy.

El nuevo régimen convocó elecciones. Como resultado de las cuales se reunió una asamblea nacional que formalmente restauró la monarquía y eligió a Horthy como regente. Este nuevo gobierno firmó en junio de 1920 las condiciones dictadas por las potencias victoriosas en el tratado de paz de Trianón, lo que significaba dar por sentado la desmembración forzosa de la Hungría histórica.

Firmado en el Palacio del Gran Trianón de Versalles, las potencias vencedoras trataron por todos los medios de despojar a Hungría de todo el territorio donde la población no fuese completamente húngara. Así, Rumanía recibió Transilvania y la parte oriental del Banato. Se formó Checoslovaquia uniendo Bohemia y Moravia a los territorios montañosos del norte de Hungría, parcialmente habitados por eslovacos y rutenos. Yugoslavia obtuvo, además de Croacia y Eslavonia, la parte occidental del Banato. Incluso Austria se anexionó Burgenland (Várvidék, Õrvidék o Felsõõrvidék en húngaro), y de esta zona devolvió la ciudad de Sopron tras un plebiscito –el único que se celebró en todos los territorios perdidos- en 1921. En suma, Hungría perdió dos terceras partes de sus antiguos territorios y más de la mitad de su población.

Al contrario de sus nuevos vecinos, Hungría se convirtió en un estado casi homogéneo, mientras que una tercera parte de la población de nacionalidad húngara, más de tres millones, corrió la suerte de pasar a vivir en minoría en los estados fronterizos. Esto determinó toda la política del período de entreguerras, ya que ninguna fuerza que buscara éxitos en política exterior podía ignorar la demanda de la revisión.

De este modo, la monarquía Austro-Húngara, junto con sus problemas de nacionalidades y su conservadurismo político, pasó a la historia. Pero, el nuevo orden impuesto en el tratado de Versalles no resolvió las tensiones étnicas de la región. Los estados sucesores intentaron resolver los problemas de sus nuevas minorías mediante la asimilación forzada, la represión, la limpieza étnica, las deportaciones, la dispersión y otros medios de desarraigo.

Como ejemplo de la pérdida territorial de Hungría, cabría señalar que ciudades profundamente ligadas a su historia pasaron a mano ajena. Es el caso de Bratislava (Pozsony en húngaro), capital actual de Eslovaquia, que lo fue de Hungría entre 1541 y 1784 y lugar de coronación de sus reyes. El compositor Béla Bartók nació en la ciudad transilvana de Nagyszentmiklós, hoy Sânnicolau Mare (Rumanía), los escritores Sándor Márai y Dezsõ Kosztolányi nacieron en Kassa, hoy Kosice (Eslovaquia) y Szabadka, hoy Subotica (Serbia), respectivamente. Otros escritores que vieron cómo sus ciudades de nacimiento cambiaban de mano fueron Lajos Kassák (Érsekújvár, hoy Nové Zámky, Eslovaquia), o los transilvanos Árpád Tóth (Arad) y Áron Tamási (Farkaslaka, hoy Lupeni). El número de ejemplos sería interminable.

La situación hoy en día sigue distando mucho de ser la ideal. Aún a principios de los años noventa, los dirigentes de los estados que sucedieron a los países de la órbita soviética –Ion Iliescu en Rumanía, Slobodan Milo¹eviæ en Serbia y Vladimír Meèiar en Eslovaquia- reiniciaron la propaganda antihúngara para distraer la atención de los problemas socioeconómicos de sus países.

Numerosas veces se ha señalado que la semilla del nazismo se originó en Versalles. Lo cierto es que muchos de los problemas que han azotado Europa incluso después de la Segunda Guerra Mundial también se derivan del menudeo que se llevó acabo en Versalles en 1920. Los estados artificiales de Checoslovaquia y Yugoslavia, éste último con guerra civil incluida, no duraron más de 80 años, y Rumanía se tambalea bajo sus problemas internos como consecuencia, entre otras cosas, de haber anexionado un territorio mayor que el país original.

Cabe, sin embargo, esperar que la adhesión de estos países a la Unión Europea suponga la normalización sociopolítica de estas minorías mediante el reconocimiento de su autonomía, hecho que, sumado al trasvase de población que sucedió a la caída de los regímenes socialistas, ha servido para restar tensión al siempre difícil equilibrio político de la cuenca del Danubio.

Las fotos que ilustran el artículo son cortesía del escritor Mikós György Száraz. La imágenes proceden del brillante libro Ay, ¿dónde queda nuestro pasado?. Sobre el fenómeno Trianon, editado por Helikon en 2005. Miklós György Száraz fue el editor de esta recopilación de textos cruciales sobre el trauma de Trianon, acompañada por curiosas fotos de la época.

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