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Peregrinos húngaros en Santiago de Compostela

Attila Papp

La torre de la Iglesia Negra de Brasov, Transilvania
La torre de la Iglesia Negra de Brasov, Transilvania
¿Turistas o penitentes? Los primeros viajeros húngaros en la Península Ibérica.

Sobre una pilastra, en la parte sur de la catedral gótica más oriental de Europa, en la iglesia Negra de Brasov, descansa la figura de un peregrino. Sobre su vestimenta luce la vieira, la insignia de los peregrinos, en el hombro la escarcela, en la mano el bordón, y en el hombro lleva colgada la calabaza de peregrino. La estatua de Santiago demuestra que los peregrinos de Compostela fueron conocidos incluso en este rincón tan alejado de Europa. Los peregrinos húngaros por motivos geográficos frecuentaban Roma y los lugares más cercanos. Santiago de Compostela quedaba muy lejos: un peregrino, si tenía suerte, a caballo podía llegar a Roma en 40–50 días, sin embargo el viaje a Compostela le costaba seis meses en el mejor de los casos.

A pesar de la gran distancia, en el siglo XIII el contacto entre los dos extremos del continente se hizo más estrecho. Jaime I, el Conquistador se casó con la hija del rey húngaro András II (Andrés II) con Magyar Jolánta (Violante de Hungría). La princesa fue acompañada a su nueva patria por insignes caballeros, de los cuales muchos decidieron quedarse en los paises de la Corona de Aragón. La idea de hacer una peregrinación a Compostela llegó a Hungría gracias a los caballeros que volvieron.

Santiago en Hungría, igual que en la Península, fue el patrono de los viajeros y los peregrinos. Gran parte de las capillas e iglesias de Santiago se encuentra en cruces de camino, al lado de puentes o en la puerta del “más allá”, en la entrada de los cementerios. Los primeros peregrinos húngaros serían los nobles más cultos y más ricos. Debido a la consolidación de la burguesía urbana alemana, en su mayoría sajona, en Hungría apareció una capa social que podía permitirse viajes más largos. Los burgueses sajones conocían el camino de Santiago gracias a sus tradiciones y porque estaban en contacto con su patria natal.

Por esta razón son tan frecuentes en las iglesias góticas de las ciudades sajonas de Transilvania y de Alta Hungría las estatuas de Santiago siempre representado como peregrino. Los habitantes de las ciudades a veces no iniciaban el viaje a la Hispania lejana sólo por razones religiosas. Las autoridades podían obligar a peregrinar a los culpables de infracciones profanas. Este castigo sólo ahora parece ligero, en realidad fue muy duro.

No se trataba de un viaje turístico. El culpable tenía que abandonar por un año entero a la familia, los negocios, los asuntos, y debía tomar caminos amenazados por ladrones y asesinos. Si no le apetecía el alojamiento austero y la comida sencilla que ofrecían las iglesias y la gente piadosa de los pueblos, había de enfrentar gastos impresionantes. Sin embargo, existía una salida para los condenados al peregrinaje: los peregrinos de alquiler que por una suma conveniente se encargaban de recorrer el Camino de Santiago. Al final del viaje en Compostela, adquirían los recuerdos tradicionales de la peregrinación –la vieira y los adornos de azabache– para justificar que como buenos peregrinos que eran, habían hecho el camino tal como era debido. Y el condenado con estos mismos recuerdos podía dar fe a las autoridades que efectivamente había cumplido con sus deberes.

Un peregrino penitente ejemplar del siglo XIV fue Lõrinc Krizsafánfia (Lorenzo, hijo de Krizsafán), vasallo del rey Nagy Lajos (Luis I, el Grande). El caballero después de “habiendo matado ilícitamente a trescientas cincuenta personas” salió hacia Roma “dirigido sólo por su conciencia”. Y desde allí “aunque siempre viajaba en caballos excelentes”, emprendió el camino a Compostela a pie.

Sin duda existían “turistas” en la Edad Media, que salieron de viaje no sólo por el motivo piadoso sino empujados por la curiosidad. Lõrinc Tar (Lorenzo Tar), el noble del rey Zsigmond (Sigismundo) fue uno de ellos. El caballero “animado del fervor de su alma decidió visitar el santuario de Santiago de Compostela”, y “para ejercer grandes hazañas y acrecentarse por ellas, deseaba conocer otras tierras del mundo”. El viaje del caballero duró tres años. Salió en dirección a Bari, hizo un desvío a Roma, pasó por Irlanda para llegar a Compostela. Lõrinc Tar hizo gran parte del viaje a barco, pero los peregrinos húngaros que no disponían de tanta riqueza preferían los caminos de tierra. De esta manera no tenían que pagar por el barco, y podían contar siempre con la limosna de los habitantes, y con la hospitalidad de los claustros. Los archivos del hospital de Santa Cristina mencionan varios peregrinos húngaros.

En la Edad Media el peregrino fue tratado como un huésped y acogido con mucha alegría. La situación comenzó a cambiar en el siglo XVI. En los tiempos de Felipe II las leyes y los privilegios que protegían a los peregrinos uno por uno quedaron eliminados debido al temor a la infiltración protestante. Los estados jóvenes de principios de la edad moderna miraban con recelo a los extranjeros que vagabundeaban sin control por sus caminos. Hungría empezó su lucha de 150 años contra el Imperio Otomano que atacaba cada vez más fuerte. La idea de las grandes peregrinaciones perdía importancia hasta el siglo XX, cuando se produjo el renacimiento del Camino de Santiago. Después de la transición española y húngara, las botas de los peregrinos húngaros podían pisar otra vez las piedras gastadas del Camino de Santiago.

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