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Beatriz de Aragón, la reina dos veces destronada II

Ricardo Izquierdo Grima

Beatriz de Aragón
Beatriz de Aragón
A continuación os ofrecemos la segunda entrega del artículo de Ricardo Izquierdo Grima sobre la reina Beatriz de Aragón, en el que os hablará sobre el “reinado” de Beatriz, los años del declive, el destierro y finalmente la muerte.

Una reina que reina

Que un rey poderoso y de una época de monarquías absolutas y centralizadoras hiciese partícipe a su consorte extranjera en ejercer influencia en los asuntos de Estado no debía obedecer a pusilanimidad, inacción o indolencia del propio monarca, sino probablemente al deslumbramiento que su mujer le producía tanto por enamoramiento como por su origen italiano y que la reina aportaba como un bagaje simbólico y efectivo, que suponía también el compromiso de Matías en mantener la cristiandad en los territorios del país de su esposa, como fue la gesta de la recuperación de Otranto que había caído en poder de los turcos y que la caballería húngara enviada por Matías recuperó.

El rey sin ocultarlo consultaba a su mujer todos los asuntos importantes, incluso participó esta en negociaciones, y en tono poco amable Berzeviczy señala que “…Matías no tuvo vergüenza de servirse de su mujer para buscar una reconciliación…” (Refiriéndose a alianzas y relaciones de Estado. Ob.cit.pág.155).

Parece ser que la reina no se quedaba en la retaguardia rodeada de cortesanos, a la espera de que volviera el rey, sino que seguía a este por los campamentos y sitios, como en el de Viena a donde llegó a los cuatro días de tomar su marido la ciudad. Por ello se fue formando la reina una propia corte y una guardia especial de coraceros, relevantes en los incidentes por la sucesión en el trono cuando murió Matías.

No sabemos nosotros si el descontento que en el pueblo empezó a generarse con la reina lo era también por esta participación activa en los asuntos de Estado, por la italianización de la corte, o por las elevadas rentas que el rey había traspasado a la reina, o un poco de todo esto al mismo tiempo pero en proporción incierta.

En Occidente los pueblos ya estaban acostumbrados a que reyes enlazaran con otras dinastías cristianas y que estos enlaces originasen problemas sucesorios que a menudo desencadenaban guerras entre los pretendientes y sus respectivos partidarios. Por eso el origen extranjero de la reina no era por sí mismo, motivo de descontento, y la italianización de la corte a lo mejor tampoco si esta no hubiese supuesto un coste excesivo que repercutía en los contribuyentes sin obtener a cambio ningún beneficio claro para el pueblo cuando además se distraía de la misión batalladora contra los turcos. Como era costumbre la reina tenía cedidos los derechos sobre las explotaciones mineras, que eran unos ingresos seguros y cuantiosos, y tampoco era exacto como hacían los aduladores de la reina, compensar la prodigalidad de la corte como justificante o contapartida de la modernización y refinamiento de un país atrasado y bárbaro.

El declive

La ocupación de Viena por Matías seguida por la reina a los cuatro días de su conquista debió suponer un reverdecimiento de optimismo y de las ilusiones que ya habían empezado a decrecer, no sólo por la antipatía de la que era objeto en Hungría sino por el sentimiento de esterilidad que se iba consolidando tras 9 años de matrimonio sin descendencia. El pesar de la reina era mayor que el del propio rey ya que este podía aspirar a la continuación dinástica en el hijo natural que durante su viudez tuvo en 1473,[1] Juan, y cuya promoción no se debió a maquinaciones de la madre, una tal Bárbara, que vivía discretamente y en la sombra a pesar de que los cortesanos aduladores de Beatriz le llenasen la cabeza con ideas de hechicería llevada a cabo por la madre del sucesor Juan Corvino para provocar la esterilidad de la reina.

La madre del rey, Isabel Szilaggi que tan solícita estuvo con su nuera al principio de su reinado, adelantándose a recibirla antes que su propio hijo cuando llegó al territorio húngaro, era ahora firme defensora de la sucesión en el trono a favor de su nieto Juan, motivo más de aversión entre suegra y nuera, ya que en vez de resignarse Beatriz al infortunio de su esterilidad empezó a ambicionar lo que según dice Berzeviczy no habría consentido el pueblo: suceder a su marido a título de reina. Es decir rivalizar con el hijo de su marido, al que no le faltaba la promoción política, económica y el cariño de su padre y de su abuela paterna, que implicaba también buscar para su hijo un casamiento regio que finalmente tuvo que buscar a espaldas de Beatriz, dado el interés de su mujer en buscar para Juan Corvino una princesa de la casa de Aragón para redundar en beneficio de la propia Beatriz.

Como señala nuestro autor es exagerado atribuir a Beatriz todo lo que excitaba la cólera de los húngaros contra Matías (Ob.cit.pág.277), ya que aunque cambios en modas y hábitos cotidianos, como el afeitado de la barba, el uso de cubiertos en la mesa y la ventilación de las habitaciones tenían un origen italiano, no pueden aislarse estos cambios del final de una época que llegaba a su fin con la entrada del Renacimiento y que tarde o temprano hubiesen llegado al reino. Otra cosa es el exceso de influencia en los negocios por parte de italianos, el trasvase de riqueza hacia el sur o la abundancia de cargos o contratados de origen italiano, que incluso exacerbaba sentimientos nacionales en cuanto a las virtudes propias húngaras, tenidas por honradas, frente a cortesanos inmorales que se batían con veneno en vez de con armas. Muerto Matías (1490) incluso estallaron en Buda y Pest persecuciones contra italianos y se prohibieron los amplios beneficios eclesiásticos que venían disfrutando.

Fin de un reinado

La repentina muerte de Matías el 6 de abril de 1490 albergó dudas en algunos sectores respecto a que aquella había sido provocada, y Beatriz ante la imposibilidad de suceder como reina a su difunto marido alentó una nueva ambición: casarse con el pretendiente al trono, que lo tendría así más fácil, aspirar al trono a través de casarse con la viuda. La pretensión obviamente contrariaba los deseos del rey muerto sobre que le sucediese su hijo Juan, que en el momento de morir su padre tenía 17 años, muy joven para la mujer de su padre, con la que además no existía una buena relación.

Berzeviczy entiende que si a la muerte del rey se hubiese despedido a Beatriz y mandado a su país de nacimiento, el procedimiento hubiese sido más brutal, pero más honrado (Ob.cit.pág 319), en cambio los estamentos que habían elegido al monarca checo Vladislao, como sucesor idearon también el matrimonio de este con Beatriz, se trataba al parecer de engañarla con falsas promesas mientras no se le desposeyera de su riqueza, además que mandarla para Italia hubiese implicado tratar de la devolución a Beatriz de la cuantiosa dote.

El primer encuentro de Vladislao con su novia fue decepcionante para el nuevo rey, lo que indignó a Beatriz que sintiéndose tan poco deseada llegó a amenazar con entregar sus castillos a los enemigos del reino, ante eso Vladislao declaró a sus ministros que él se casaba a la fuerza pero que se consideraría nulo el matrimonio porque no pensaba consumarlo, esgrimiendo también como motivo de queja la conocida esterilidad de la reina.

Sobre este segundo matrimonio de Beatriz Brachfeld habla en estos términos: “ ¡ sus segundas nupcias habían sido una comedia! ” (Ob.cit.pág.162)

Como la garantía contra la disolución del matrimonio era la consumación del mismo, es decir la copula carnal, Beatriz al decir de Berzeviczy “…abdicando de su dignidad de mujer y de reina, se ingenió para llegar a ser efectivamente la mujer de un hombre que rechazaba con bastante claridad sus insinuaciones…” (Ob.cit.pág.330). La falta de acceso carnal entre los esposos degeneró en escándalo a nivel de las demás cortes europeas, lo que también hería la dignidad del rey de Nápoles, Fernando, padre de la novia rechazada quien para salvar la imagen de la familia propaló ante la Curia de Roma la especie de que el matrimonio sí que se había consumado, cosa que también creían los napolitanos que defendiendo la honra de su antigua princesa sostenían que los esposos en algún momento habían hecho vida marital, aunque el rey vivía en Buda, y la reina normalmente en Esztergom.

Parece ser que Beatriz llegó a plantear como solución volverse a su patria, pero las pretensiones en cuanto a la restitución de la dote no fueron aceptadas.

Así las cosas el pleito matrimonial no sólo era una cuestión perjudicial para la esposa demandada, y cansina para el nuevo rey, sino que suponía un consumo de energías del monarca que desbaratando los planes de su esposa desatendía otras cuestiones de Estado,[2] ya que además el pleito excedía el propio ámbito nacional, no sólo por el origen de la demandada sino porque la resolución al mismo debía provenir de la Curia romana, además que supuso gestiones de política internacional no sólo entre Hungría, Nápoles y la Santa Sede, sino que hubo más implicaciones ya que el propio rey de Nápoles también intercedió ante el padre de Vladislao, Casimiro IV de Polonia, para que exhortara a su hijo a cumplir como marido.

La posición de Beatriz se devaluaba continuamente y el acercarse a ella era motivo de sospecha, a su declinar había que sumar la pena de la muerte de su hermana Leonor en octubre de 1493 con 43 años, y en enero siguiente la de su padre el rey Fernando, al que sucedió su hijo Alfonso (hermano de Beatriz), sucediéndole en breve tiempo su hijo y a este su tío, hermano de Beatriz.[3]Mientras Beatriz seguía obstinada en ejercer de reina de Hungría a pesar del rechazo del rey y de su pueblo.

Destierro

En la primavera de 1500 y después de casi 8 años de proceso de nulidad matrimonial, el rey demandante de la misma obtuvo la sentencia favorable del Papa Alejandro VI, siendo Beatriz condenada además a pagar las costas del proceso. Aunque el rey caballerosamente le ofreció la oportunidad de que quedase en Hungría prometiendo su sostenimiento, Beatriz rechazó la oferta y a finales de 1500 abandonaba el país del que había sido reina 24 años. En el viaje de regreso a su antigua patria a la que no había vuelto desde que partiera en 1476 le acompañaba no un séquito de 800 personas como entonces, sino de 150 además de los embajadores de España y de Nápoles que con su salida de Hungría rompían las relaciones diplomáticas.

En marzo de 1501 Beatriz llega a Nápoles y aunque en ese momento reina su hermano Federico, al reino le quedan meses para acabar repartido entre Francia y España en virtud de un pacto secreto entre sus reyes.

Perdido el reino de Nápoles Beatriz pudo refugiarse en el inexpugnable castillo de la isla de Ischia junto con otros nobles de la dinastía destronada, pudiendo no obstante salir más tarde de la isla sin tener que abandonar el reino ya que el propio rey de España fue condescendiente con los miembros de dicha dinastía que eran sus parientes, asignándoles a todos ciertas rentas. Así se popularizó la idea de ser la corte de las reinas tristes ya que coincidían al tiempo Juana, segunda esposa del padre de Beatriz y hermana del rey de España, Juana, la viuda de Fernandino, y la propia Beatriz, es decir las tres habían sido reinas.[4]

Beatriz no había pagado las costas del proceso, pero tampoco recuperó de los húngaros su dote, y cuando en 1503 sube al trono pontificio Julio II este exhorta a Vladislao a devolverle la dote apelando a que Beatriz estaba viviendo de la caridad del rey de España, nuevo monarca de Nápoles. Poco caso debió hacer Vladislao pues a los 2 años de esa misiva el Papa se vuelve a dirigir en 1506 a Vladislao volviendo a plantear sin éxito la devolución de la dote. Aunque seguramente la situación de Beatriz tampoco era tan precaria como el Papa apuntaba, pues la relación con el soberano español se afianzó aún más cuando los propios Reyes Católicos, Isabel y Fernando visitaron el territorio de Nápoles en 1506.

Muerte

Durante toda su estancia en Nápoles Beatriz había disfrutado de una excelente salud, cumpliendo cincuenta años en el otoño de 1507 y no teniendo ningún problema de esa índole hasta que el 31 de agosto de 1508 se alertan sus allegados después de llevar la reina cuatro días con fiebre, viendo que empeoraba por momentos y empezando a temerse por su vida dos días después, hasta que finalmente fallece el 13 de setiembre en el Castello Capuano donde estaba siendo atendida por las dos reinas Juanas,

Se señala que Beatriz recibió los debidos cuidados durante su enfermedad y que la ciencia médica hizo cuanto pudo para salvarla, sufriendo mucho en sus últimos días con cristiana resignación y siendo consciente de su situación crítica. Se insiste por las crónicas en la universalidad y sinceridad del duelo que en Nápoles produjo su muerte y donde se mantuvo más tiempo un piadoso recuerdo, no así en Hungría donde “…es probable que la memoria de Beatriz cayera pronto en el olvido”[5].

Recoge Berzeviczy el protocolo mortuorio tras el fallecimiento: “La han vestido con un traje de seda blanca, la han puesto una corona en la cabeza, la manzana del reino en la mano y un manto de brocado, la reina joven la ha velado hasta la noche, entonces según costumbre, la han quitado las vísceras. El jueves, 14, la han colocado en el ataúd, y el cuerpo ha sido expuesto en la iglesia de San Pedro Mártir, en donde a excepción de los miembros de la hermandad de San Martín, estuvo rodeado de todos los frailes de la ciudad y de trescientas lloronas vestidas de negro, con cientos de cirios.”[6]

Tal vez lo ignoto sobre la última morada de la reina se deba a lo escondida que se encuentra la iglesia de San Pedro Mártir ya que incluso Berzeviczy alude a “… que los extranjeros que visitan Nápoles ni la ven siquiera”, [7] refiriéndose a la iglesia., “… tan bien escondida entre el puerto, de un lado, y el Corso Umberto, ruidoso y animado, del otro…”

“Unos nichos abiertos en el muro del ábside recibieron los féretros de Beatriz y de su madre Isabel, que allí se encuentran todavía…” [8]y que recibieron su forma actual a finales del siglo XVI o a principios del XVII.

Y sigue diciendo Berzeviczy: "El marco de un cuadro de Jacinto Diana, que tiene por asunto la glorificación de la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, aplasta por completo, con sus pesadas y profusas esculturas, el sencillo y pequeño sarcófago de mármol con las armas de Aragón, empotrado en la pared, y con una placa de mármol encima, que lleva esta inscripción:

Beatriz Aragonea Pannoniae Regina

Ferdinandi Primi Neap, Regis Filia

De Sacro Hoc Collegio Opt. Merita

Hic Sita est

Haec Religioneet Munificentia Se Ipsam

Vicit

[Aquí yace Beatriz de Aragón, reina de Hungría, hija de Fernando I, rey de Nápoles, que ha merecido particularmente bien este convento. Se sobrepasó a sí misma por su piedad y su munificencia][9]

[1] Berzeviczy utiliza el término de hijo ilegítimo, nosotros preferimos el de natural, y es que a pesar de que hoy aquel no se utiliza, en realidad el ilegítimo era el habido de padres que no se podían casar, y Matías en ese momento era viudo, hubiese sido estrictamente ilegítimo si la madre no hubiese podido casarse, de lo contrario el término más correcto al menos con la terminología de hoy sería el de hijo natural

[2] La debilidad del rey para los asuntos de Estado era conocida, y al desgaste por el pleito matrimonial se sumaba el de las luchas internas por el poder, entre el partido de la Corte y el de la nobleza media.

[3] El nuevo rey de Nápoles no era querido por su pueblo, y su reinado duró sólo un año hasta que abdicó a favor de su hijo Fernandino ante el avance de la invasión de los franceses, que finalmente se retiraron, entrando Fernandino en Nápoles en julio de 1495, falleciendo en octubre y sucediéndole su tío Federico, segundo hermano varón de Beatriz.

[4] Al decir de Berzeviczy ello inspiró a los poetas que la llamaron “La Corte delle tristi Regini” Ob.cit.pág.406. Incluso había otra viuda de la familia en la Corte, la duquesa de Milán, Isabel de Aragón, sobrina de Beatriz.

[5] Berzeviczy Ob.cit.pág. 426

[6] Ob.cit.pág. 418.

[7] Ob.cit.pág.426

[8] Ob.cit.pág.426

[9] Ob.cit.págs.426-427

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