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Poemas de una empreatriz formal

Attila Papp

El palacio de la emperatriz Sisi en Gödöllõ, Hungría
El palacio de la emperatriz Sisi en Gödöllõ, Hungría
Escribir poesía para muchos es huir del mundo desagradable e indiferente, que imposibilita la expresión de los sentimientos más profundos. La famosa reina, Isabel de Baviera, Sissi, tan adorada por sus contemporáneos por su belleza, y tan popular hoy en día por la misma razón, y por su personalidad poco adecuada para la corte, fue una poetisa interesante. El libro ’Elisabeth de Austria-Hungría. Álbum privado’ de la editorial Planeta recoge algunos de sus poemas traducidos al castellano.

Abandonada

Mi soledad, tan tremenda,

La combatía escribiendo pequeñas canciones.

Mi corazón se hundía en la pena

Y arrastraba siempre a mi alma.

¡Cómo latían mi sangre y mi cerebro,

Las ansias y la esperanza me gobernaban!

¡Creí que mi fuerza podría con todo,

Y el mundo entero fue para mí!

Entre los poemas legados por jóvenes aristócratas aburridas hay muchísimos parecidos al que figura más arriba, escrito en 1886. Quizás en las cajas polvorientas del desván de nuestros bisabuelos se esconda algún cuaderno lleno de rimas similares. Durante el romanticismo escribir poemas formaba parte de la cultura general. Lo que resulta peculiar en las líneas citadas es la identidad de la autora, que no es otra que la emperatriz austriaca, reina de todos los húngaros, Elisabeth de Baviera, Sissi.

Elisabeth llegó a uno de los tronos más formidables de Europa por casualidad, gracias a una romántica y genuina historia de amor. A la princesa no la educaron para reinar: no aprendió la etiqueta de origen español que se practicaba en la corte vienesa y desconocía los idiomas del imperio así como las exigencias propias de la “ocupación” de reina. Las esposas de los reyes del siglo XIX tenían un plan de trabajo muy estricto. Su tarea más importante era la de la representación, recordando a los súbditos la presencia de la familia real. Ése fue el caso del multinacional imperio Habsburgo, en el que el regente y su familia directa jugaban un papel significativo en la cohesión de la estructura estatal, integrada por culturas, idiomas y religiones dispares. Precisamente, Elisabeth, a quien le gustaban muy poco los rígidos formalismos, no cumplía con estos requerimientos. Además, la emperatriz tuvo que someterse a las órdenes de su suegra y a las exigencias de otros personajes.

Los húngaros eran considerados excelentes jinetes, riquísimos magnates y amantes románticos. Seguramente todas estas creencias, aún hoy vivas, ejercieron cierta influencia sobre la joven emperatriz. Elisabeth, para gran sorpresa de todos, empezó a estudiar, en vez de checo, húngaro, un idioma considerado mucho más difícil. Uno de los mayores éxitos políticos de su vida también estuvo relacionado con los húngaros: manteniéndose en segundo plano, representó un papel crucial en el llamado Compromiso al que llegaron los húngaros y la corte en 1867. De igual modo, le encantaba cartearse y escribir en húngaro, negociando en este idioma “secreto” con la gente de su confianza.

Exceptuando el citado Compromiso, desde el punto de vista personal su vida estuvo plagada de fracasos. Su matrimonio nunca funcionó de verdad, la corte y la aristocracia la rechazaban, y en la década de los 80, con más de cincuenta años, su belleza legendaria perdió fulgor. Tuvo que renunciar a las largas cabalgatas y a las cacerías. Por aquel entonces comenzó a dedicar toda su energía a la poesía. Se llamaba a sí misma Titania, como la reina de las hadas de la obra de Shakespeare, y puso negro sobre blanco tanto la vida cotidiana de la corte como lo que acontecía en su matrimonio. Con frecuencia escribe sobre viajes y sobre su desafortunado destino con añoranza sentimental. Sólo unas pocas personas de su confianza pudieron acceder a sus poemas. Sus obras no iban destinadas a los contemporáneos, ni tampoco se las leyó a su esposo: el emperador, seguramente tras unas pocas palabras de halago, habría cambiado de tercio, pasando a uno de sus temas preferidos, ya fuera la cacería o el tiempo…

Elisabeth, que era considerada poco habladora, dejó escritas unas 600 páginas de poemas, la mayor parte de los cuales fueron depositados en Suiza, al igual que el resto de sus bienes personales, debido a que no confiaba demasiado en el futuro de la Monarquía. Sus obras fueron editadas en 1950. El presidente de la Federación Suiza, de acuerdo con la normativa vigente a la sazón, abrió en 1951 el paquete sellado, permitiendo así su estudio a los investigadores. En el lugar central de los poemas de Elisabeth, al margen de la glorificación de la política, de la libertad y de la república, se halla el amor.

Estilísticamente imitó al poeta Heine, de quien podía recitar de memoria fragmentos enteros y a quien consideró su maestro principal. A Sissi se la consideraba en su época experta en Heine. En varias ocasiones le fue pedida opinión para dirimir si un poema era o no de Heine y su respuesta fue siempre certera. Su notoria adoración por el escritor (incluso llegó a colocar una estatua del poeta en su palacio de Corfú) despertó el resentimiento de los antisemitas; sin embargo, como era habitual en ella, tampoco en este caso le importó mucho la opinión de los demás. La literatura contemporánea posterior a Heine no le interesaba tan profundamente, aunque conoció en persona y admiró a Mór Jókai y a József Eötvös, dos renombrados escritores húngaros de la época. Además de a éstos, admiró a su pariente y “colega”, la reina Elisabeth de Rumania, que escribía con el pseudónimo de Carmen Sylva. Las dos Elisabethes se consideraban mutuamente excelentes poetisas. Si bien la creación literaria de la emperatriz ha resultado más duradera, lo cierto es que sus poemas son valiosos por ser quien es la autora y no tanto por su valor literario. A través de ellos los admiradores intentan conocer la vida de su adorada emperatriz y los historiadores buscan nuevos datos para sus indagaciones

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