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Csaba Tétényi
Pierna izquierda, pierna derecha, cabeza
Traducción de José Miguel González
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Hay que jugar como si cada minuto fuera el último, declaro tras el partido. ¡Y cuántas frases similares tengo aún! (Péter Zilahy)
Ahora que el ratón articular de mi rodilla se llama Béla IV y que no lleno las semanas de goles, terrible o no, mi carrera parece resumirse. Recuerdo que empezó cuando siendo yo todavía recogepelotas en el campeonato de la empresa, veía cómo mi padre arrancaba con la izquierda, ante la admiración de todos. Podría haber empezado de otra forma, pero esto ya no lo puedo saber. Mi padre era bajo, rechoncho y zurdo una conjunción legendaria, pero él jugaba poco al fútbol. Al minuto diez de la retransmisión de cada partido ya estaba dormido en el sillón. Para mí, en cambio, no hubo escapatoria. Recorrí todo el escalafón del fútbol aficionado, de arriba a abajo, en cada uno de sus grados, desde novato del descampado del barrio, pasando por la selección de la escuela, hasta el veterano lesionado del campeonato de la fábrica. Y mientras, vería unos mil partidos en vivo o en la televisión, entiendo horriblemente de fútbol, estoy al tanto de las tendencias de los últimos decenios, y lo que es más, ya protesto, elijo, la Liga de Campeones me parece aburrida, siempre los mismos equipos, claro está, por razones económicas. Me asombra, a veces llega incluso a disgustarme, cuánto lugar ocupa en mi cabeza la cantidad de datos, huellas de recuerdos, fotos, películas, textos. Puedo relacionar con casi cualquier país del mundo al menos un par de nombres (masculinos), recuerdo los movimientos característicos de la mayoría de la gente con quien he jugado alguna vez y no hay muchos acontecimientos para los que no tenga un símil, una historia o una enseñanza originada en el fútbol. Una vez, esperando en el pasillo durante un examen de la universidad, estuve seis horas charlando de fútbol con dos filósofos que pasaban por allí casualmente. Es una forma de tocar fondo. Hace poco mi madre me preguntó si recordaba cuándo habíamos conseguido el perro. Veamos, fue cuando pasaron a la Eurocopa, en lugar de los yugoslavos, los daneses, así que hace unos quince años de eso, respondí. Dios Santo. ¡Qué época!
Es curioso que si se trata de fútbol, me olvido de las precauciones. Y eso que el talento, me refiero al de la mayoría, tiene su propio prestigio. Y, sin embargo, yo hago como si el conocimiento técnico del fútbol, frente a otras experiencias, significara verdaderamente sabiduría, y junto a todo su carácter individual permaneciera también el colectivo. Y lo que es más, esta sabiduría, de vez en cuando supone un modelo para otras experiencias, lo que a primera vista parece escandaloso. En la práctica no es posible pillar cuándo y cómo se introduce furtivo en el discurso; de pronto está allí y se comporta como una cosmovisión simple, pero densa. Ni siquiera puedo decidir si seré o no irónico. En el campo, incluso en el más pequeño, se aclara casi al instante quién soy (o, precisamente, quién no soy). Y yo en cambio descubro de quién siento el juego y de quién no, quién me tranquiliza y quién me pone nervioso, quién va por libre, y quién juega en equipo, para quién el disfrute lo es todo, y para quién la victoria. Y así sucede también como espectador. En esto no puedo dudar, de igual modo que no puedo superar las fronteras de mis propias aptitudes. En cierto sentido el juego entre un texto literario y su lector es similar. El discurso, el recuerdo, la literatura, continuamente plantean la cuestión de que el juego, el fútbol es más que sí mismo, incluso, no es que sea más, sino justo eso; al igual que la propia lengua puede significar otras posibilidades y fronteras para las historias y la capacidad de narrar.
Una de las formas más básicas del discurso en relación con el fútbol es la anécdota, que puede ser increíblemente agotadora, aburrida e incluso dañina. Pero la esperanza de que algo más salga de ella, nos absuelve, como en muchos otros casos. Esto mismo pensé cuando hace un par de años, veraneando con Francesco (que debe su apodo a que vimos un tenue parecido entre él y Totti), nos contábamos historias mientras tomábamos vino, al final me salió con una versión libre sobre la historia de Baumgartner, el portero sentimental, y me resultó tan conocida la escena, como si yo mismo hubiera estado en el estadio. Y aunque de ninguna manera pude haber estado en la final de Berna, ni durante bastante tiempo aún en ningún otro lugar, me atrevo a pensar, después de que, según lo esperado, Hungría ganara el campeonato mundial con un gol en posible fuera de juego de Puskás
(Péter Esterházy: Viaje al fondo del área), por qué pasó todo de otra forma. Un delantero estrella mundial, un árbitro inglés y un gol (no concedido) en el punto de inflexión de la historia húngara del siglo XX. Por estos lares a nadie le sorprende algo así.
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