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Fútbol y letras
László Darvasi

La pregunta
¿Cuál fue la profesión del escritor Géza Csáth, cuyos cuentos acaba de publicar la Editorial Nadír?
Fue médico de balnearios y se dedicaba a investigaciones psicoanalíticas.
Fue periodista, ensayista y poeta.
Fue un morfinómano perdido y nunca tuvo una profesión seria.
Respuesta

La lectura del mes
Géza Csáth

Balassi Institute
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Viceversa
György Miklós Száraz

Los andaluces

Traducción de Judit Krasznai

Fuente: ¡Oh, Santo Domingo!
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El escritor György Miklós Száraz pasó varios meses en la ciudad andaluza, Granada que inspirió el libro ¡Oh, Santo Domingo!.

Los periodistas húngaros de los años veinte citaban con frecuencia el malévolo dicho francés: “África empieza en los Pirineos”. También repetían de buen grado este otro: “España es la península de los Balcanes Occidentales”. Aun despojándolos de su retorcido y espinoso aire de superioridad, podemos comprobar cómo en ambos dichos hay (o más bien había) algo de verdad. Al norte de los Pirineos encontramos más cultura, pero también menos vida. Un cronista antiguo escribió simplemente: “al sur de los Pirineos hay más corazón”. Y si bien las pérfidas sentencias de los franceses quedaron ya vacías de contenido, la última afirmación sigue siendo cierta: en España hay más corazones, y la mayor parte de ellos se encuentra en el extremo sur de Andalucía, que ya hace cien años fue también percibida por los viajeros húngaros errantes como un mundo de doble cara y personalidad. Uno de ellos, allá por los años veinte, la describe así: “Andalucía constituye la transición entre Europa y Oriente. Hay algo forzado y jadeante en el empeño de Andalucía por querer pertenecer a Occidente. ¡Qué gran voluntad hostiga y empuja a estos paisajes hacia Europa; estas tierras cuyos claros son desérticos, chamuscados por el calor de los cuarenta, cuarenta y cinco grados de África y donde la gente ni siquiera ha oído hablar de la nieve!” En 1909, el Conde Péter Vay escribe en el Vasárnapi Újság (Periódico Dominical), precisamente a propósito de Granada: “las ciudades andaluzas, blancas de cal, con sus estrechas callejuelas laberínticas y sus ventanas enrejadas, parecen como si fueran la continuación de Fez o de Túnez”. Igualmente ciertas son las siguientes afirmaciones del eminente conde, las cuales no sólo no han perdido su validez a día de hoy, sino que nunca fueron más acertadas: “Son estas reminiscencias orientales las que hacen tan interesante a Andalucía. Hoy, cuando el internacionalismo extiende su monótono velo gris por todo el globo terráqueo, resulta doblemente apreciable descubrir pueblos y regiones que siguen conservando su originalidad”.

Aún en la actualidad se utiliza el dicho español: “Miente como un andaluz”. O, más breve, acompañado por una sonrisa condescendiente o un gesto de desprecio: “habladuría andaluza”, lo que viene a significar: “¡Venga ya! ¡No hagas ni caso!” Sin embargo, el andaluz, tal y como lo anotó también Mátyás Neller, perspicaz viajero húngaro, en aquellos mismos años veinte, “no es mentiroso, sino poeta. Un trovador nato. Su imaginación es tan exuberante como las alfombras multicolores que venden los moros vestidos con chilaba roja en las sucias calles de Melilla”. El andaluz es tan servicial, tan bien intencionado, que al preguntársele cualquier cosa, contesta inmediatamente. Sabe que cuentas con él y no te fallará. Al fin y al cabo, podrías haber pedido información a cualquiera entre miles de personas y, sin embargo, le elegiste a él, e hiciste muy bien: depositaste en buenas manos tu futuro, porque él estará a la altura de tu confianza, se entregará en cuerpo y alma y te lo explicará todo cabalmente. Da igual si la pregunta se refiere a los ingredientes del relleno de unos pastelitos o al origen de antiguas costumbres, él está preparado para responder. Es así también si acaba de enterarse por primera vez del tema a raíz de la pregunta. Y si, ruborizado, le confiesas que ya habías contemplado el argumento que con tanta vivacidad y empatía él te ha propuesto, y que lo descartaste por imposible, ya fuera por hache o por be, entonces, sin un segundo de titubeo, con la misma seriedad, vehemencia y persuasión, te saldrá con una nueva opción: “Vale, si no es vainilla, entonces es mascarilla facial. O pólvora”.

No hay que malinterpretarlo, pues no se trata de un engaño, de una mala jugada ni de malicia: se trata exclusivamente de cariño, de voluntad de ayuda y de fantasía.

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