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El ser humano es un extraño en este mundo
Adan Kovacsics
1953
Entrevistamos al escritor Adan Kovacsics, también traductor del húngaro y del alemán, acerca de su último libro, Las leyes de la extranjería.
Las leyes de la extranjería (Ediciones de Subsuelo, 2020) parece ser un libro anacrónico en el sentido de que está alejado de las actuales modas literarias, de los géneros y temas predilectos de los lectores de hoy y de la industria editorial. Dirige la mirada, aparte de cuestiones eternas de la Humanidad, a preocupaciones típicas de la Modernidad, recurre a la reflexión filosófica y es un libro de cuentos, género escasamente leído en nuestros días. Sin embargo, lo que para mí más lo distingue de los libros actuales es su compromiso absoluto con la ficción más pura, producto de la desbordante imaginación. ¿De dónde proceden esas maravillosas, inquietantes e insólitas historias? ¿De ensoñaciones, sueños nocturnos, experiencias, lecturas?
Para mí, los hechos, las realidades tienen una médula simbólica, una médula ideal. Y esta médula sale a la luz a través de la imaginación. Ese, y no otro, es a mi juicio el lugar de la literatura que, además, no sólo muestra lo que es, sino que va más allá y hace aflorar también lo que podría ser. El mundo de los sueños es, por supuesto, una gran escuela. Y hay una alegría en la imaginación, como la hay en el pensamiento que no se detiene en lo inmediato y palmario.
Nacido en Chile, eres hijo de inmigrantes húngaros, dejaste Chile con tu familia a los catorce años, estudiaste en Viena y luego te fuiste a Barcelona donde resides en la actualidad. Tus relatos sugieren que la extranjería es una metáfora de la propia condición humana, con todo, me gustaría preguntarte si la elección del tema de tu libro tiene que ver con tu trayectoria vital, con tu condición de extranjero en el sentido más banal de la palabra.
Por supuesto. Imagínate: soy hijo de húngaros que se marcharon de Hungría a finales de 1948 y llegaron a Chile a comienzos de 1950. Nací unos años después. De alguna manera, al nacer ya era un extranjero. Y en mi adolescencia, cuando habría podido empezar a arraigar, la familia se trasladó a Austria, donde ya fui, por así decirlo, doblemente extranjero. Hablaba en húngaro con mis padres, en español con mi hermana y en alemán con mis compañeros en el instituto. Cursé el bachillerato, hice la carrera universitaria. La acabé, y entonces un daimon el que impedía cualquier arraigo me impulsó a marcharme, a venirme a España
¿Cuándo nacieron los relatos de Las leyes de la extranjería, que son relatos independientes, pero que forman un universo coherente?
El libro se fue configurando poco a poco. Desde hacía años le daba vueltas a la idea de plasmar la experiencia de ser un extranjero, de no tener una identidad fija, y al final acabó cobrando esta forma de caleidoscopio, de diferentes cristales que de repente componen un todo armonioso. Me pareció la forma de expresión más adecuada.
En tus cuentos aparecen varias formas de extranjería, la extranjería en las relaciones humanas, en la relación del hombre con el lenguaje, dentro de uno mismo. ¿Qué significa extranjería para ti?
Estoy convencido de que el ser humano es un extraño en este mundo. La extranjería es para mí el lugar del hombre. Se lo dicen los animales, se lo dicen las plantas, las piedras, la nieve, las vigilantes estrellas. Es más, nos los decimos nosotros, pues somos impenetrables para nosotros mismos, unos extraños para nosotros mismos, formados por estratos que en cierta medida se desconocen unos a otros. Esto a mi juicio es fundamental. En ningún momento se me ocurrió ofrecer una idea idílica de ese mundo complejo que es la extranjería. Más bien, una idea trágica.
El libro está dividido en cuatro partes, que corresponden a cuatro géneros musicales: Preludios, Aria, Invención a dos voces y Sonata. ¿Por qué elegiste esa estructura y qué tiene que ver la música con el lenguaje y el conocimiento del mundo?
Dice Schopenhauer que la música nos ofrece el corazón de las cosas. Nos dice algo, nos habla. Es un lenguaje más allá del lenguaje. Llegamos a él y no llegamos. Y en ese no llegar, en esa suspensión, reside la belleza. Hay en la música algo extraño, inaprensible e incomprensible. Nos emociona profundamente y al mismo tiempo viene de lo más abstracto, viene del orden, de la medida, del número. Hasta la obra musical más sencilla es una construcción. Mis escritos generalmente se configuran sobre la base de una idea de composición, de composición musical. Y luego están los compositores como Schubert o Liszt, que van apareciendo en el libro y en cuya obra la figura del errante desempeña un papel. Schubert fue quien de manera más radical plasmó, musicalmente, ese sentimiento de extrañeza del hombre en el mundo. Y Franz o Ferenc Liszt era siempre y en todos sitios un extranjero que, por cierto, siempre y en todos sitios estaba además en casa; de hecho, nació prácticamente en la frontera entre Austria y Hungría. Ahora, en Hungría, se le dedican calles, plazas, estatuas. Hasta el aeropuerto de Budapest se llama Ferenc Liszt, lo cual me parece aberrante. ¿Qué relación puede guardar un músico con un aeropuerto? Pero esto se debe al afán de las naciones y de los entes colectivos en general de hacer suyo lo que en realidad no es suyo. Liszt desde luego no pertenece a eso, sino a la música. Además, su eclecticismo, su epigonismo, su virtuosismo me inspiran cierta ternura. Su obra pianística, por cierto, la interpretó magistralmente otro errante y virtuoso: György o Georges Cziffra.
Una parte de los cuentos es puramente imaginaria, con muchos elementos fantásticos, en otros tus personajes reflexionan de forma explícita sobre problemas abstractos. Invención a dos voces consta de cartas filosóficas que intercambian Plotino, desde el Hades, y Wittgenstein, exiliado en Noruega. ¿Cuál es la relación para ti entre ficción y ensayo?
La verdad es que, acostumbrado por mi historia a pasar fronteras, me siento cómodo cruzando las de los géneros. Todos mis libros oscilan, de hecho, entre lo narrativo y lo ensayístico. Tiendo al ensayo, pero al mismo tiempo siento la necesidad de insuflarle algo a través de la ficción. Hacerlo andar a través de la ficción. Y al mismo tiempo hay dentro de mi obra de ficción un núcleo de reflexión, de ensayo.
Las leyes de la extranjería es un título engañoso, da la impresión de que es un libro más bien teórico, de ensayo. ¿Por qué lo has elegido?
Bueno, hay cierta ironía en el título. El extranjero siempre se topa con un aparato burocrático y con leyes que regulan su existencia. De alguna manera está siempre en una situación irregular. Recuerdo los temores de mi madre cuando iba con mi hermana y conmigo a la Fremdenpolizei de Viena para arreglar los papeles, pedir la residencia en el país. Aunque lo tenía todo en regla, parecía que no lo tuviera en regla. Recuerdo aquellos despachos sórdidos, aquellos armarios llenos de expedientes. Recuerdo los viajes con una serie de imprescindibles visados en el pasaporte. Recuerdo los miedos en las fronteras. Muchas cosas, muchas situaciones. Todo esto sigue muy vivo, no ha acabado. Las leyes, las restricciones, los visados, los miedos siguen ahí. Y el extranjero se topa, además, con los autóctonos, y esa relación también tiene sus leyes. Y luego está la condición de extranjero del ser humano, con sus leyes que afectan a todos, quieran o no. Así que, como ves, hay ahí diferentes planos.
Extranjero se es en el lenguaje, dice Kafka en Aria. ¿Es el traductor el forastero por excelencia?
El hecho mismo de transitar entre lenguas lo hace extranjero. Y es también alguien que percibe que el territorio de la lengua es inabarcable. Esa experiencia la tiene el traductor y la tiene igualmente el escritor. Se dice que se domina una lengua, pero no se domina. La pretensión de dominar una lengua tiene tanto de arrogancia como de ignorancia. De hecho, la lengua pertenece más al mundo que al hombre. El mundo es lenguaje, y el ser humano trata allí de orientarse. Dice Kraus: Cuanto más te acercas a una palabra para mirarla, más lejos está ella, devolviéndote la mirada. Y luego, vaya, hay gente que habla de una lengua propia
En El corzo, Mireia Vargas ansía convertirse en corzo, en Madagascar, Victoria Lalanda se va a vivir entre los lémures, y el padre de El secreter abraza el secreter de modo que mueble y padre parecían uno en la penumbra. Esta especie de supresión del yo parece una forma extrema de evasión, entre las muchas que aparecen a lo largo del libro. ¿Evasión y extranjería son inseparables?
No sé si el término evasión da con aquello que quiero decir. Es más bien un difuminar las fronteras o los bloques, porque es eso lo que trae el extranjero, la extranjería, y eso implica la supresión o disolución del yo, que acaba pareciendo sobre todo un ente artificial. Lo que hay, de hecho, es flujo continuo, devenir continuo, metamorfosis continua.
Me da la impresión de que Las leyes de la extranjería está estrechamente vinculado con el pensamiento y la literatura centroeuropeos, igual que tus libros anteriores, así como con la tradición cuentística latinoamericana. ¿Tú como lo ves? ¿Qué lecturas han moldeado tu pensamiento y tu escritura?
Pues sí, se dice de mí que soy un escritor centroeuropeo que escribe en castellano. Y hay algo de verdad en ello. No es extraño, por supuesto, si se tiene en cuenta mi relación con países centroeuropeos o mi dedicación a traducir obras de ese ámbito literario: Kafka, Kertész, Krasznahorkai, la lista es larguísima. Hay allí una simbiosis. Y, por otra parte, tienes razón
Cristina, mi mujer, ya observó que este libro es el más latinoamericano de los que he escrito. Por lo visto, ha hecho aparecer capas dentro de mí que estaban, por así decirlo, soterradas. Porque, claro, también vengo de allí y me empapé durante muchos años de la literatura de los diversos países de América Latina.
Una pregunta personal: el universo de Las leyes de la extranjería está poblado de flores. Cada lector puede hacer su interpretación propia del papel de esas flores dentro del libro. A mí me gustaría preguntarte, si no es una indiscreción, por tu relación con las flores en la vida real.
Tendré que responderte con una frase de Béla Hamvas: Cuando llegue finalmente ante el ángel de la muerte y me pregunte si lamento dejar algo aquí en la tierra, responderé: las flores. Y con otra, también de él: La flor es única imagen en la tierra en que el alma se reconoce a sí misma. Ahora bien, he de confesar que no tengo una relación particular con las flores que vaya más allá de la admiración, del hechizo, del asombro, que ya es mucho. Además, el libro está poblado de flores, ciertamente, pero también de pájaros, de perros, gatos, monos, corzos
Ante todos ellos somos extranjeros.
¿En qué libros estás trabajando actualmente?
Traduciendo a Krasznahorkai, su Báró Wenckheim hazatér. Y en algo así como una continuación de Guerra y lenguaje. También una mezcla de ensayo y narrativa. Está verde todavía, pero va cobrando forma.
Traduciendo a Krasznahorkai, su Báró Wenckheim hazatér. Y en algo así como una continuación de Guerra y lenguaje. También una mezcla de ensayo y narrativa. Está verde todavía, pero va cobrando forma.
Eszter Orbán
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