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Eslabones
Karinthy Frigyes
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Todos hemos oído ya del concepto de los Seis grados de separación, según el que cualquier habitante de la Tierra puede estar conectado con cualquier otro a través de una cadena de conocidos de no más de cinco personas. En 1929, el escritor húngaro Frigyes Karinthy, autor de Viaje en torno a mi cráneo (Galaxia Gutenberg) o Viaje a Faremido (hjckrrh.org), publicó el cuento Eslabones, en el que planteaba por primera vez la teoría de redes, que entonces aún no era más que una intuición y solo más tarde llegó a consolidarse como un concepto científico.
Domingo, día 13
Sí que hay algo decisivo, dije en el calor de la discusión (hablábamos, una vez más, de las ondas, de si el mundo progresa, de si sale adelante o si todo no es más que un juego de compases que vuelven una y otra vez, una renovación de lo Eternamente Existente). No sé cómo explicarme, no me gusta caer en la repetición. Vamos a ver: el globo terrestre nunca ha sido tan minúsculo como ahora, hablando desde luego en términos relativos. El ritmo cada vez más veloz de la comunicación verbal y física ha acabado estrechando el mundo; reconozco que esta idea no es nueva, tampoco lo es lo primero, todo ha sido tratado ya, sin embargo nunca se habla de que unos pocos minutos son suficientes para que la población entera de la Tierra, si así lo quiero yo o cualquier otra persona, quede informada de lo que uno piensa, hace, quiere o desea; y si nos apetece cerciorarnos de ello en persona, en cuatro días podemos estar, abracadabra, donde se nos antoje. El País de las Hadas, con sus botas de siete leguas, ha llegado a nuestro mundo, causando, eso sí, cierta decepción, al resultar mucho más pequeño de lo que era el País de la Realidad. Chesterton escribe en alguna parte que no entiende por qué los metafísicos se empeñan en que nos imaginemos el Cosmos como algo muy grande, él prefiere la idea de un universo chiquitito, acogedor e íntimo. Tal idea me parece bastante característica de este siglo del transporte, más característica que ingeniosa o verdadera; y lo es precisamente porque ha sido el reaccionario y antievolucionista Chesterton, enemigo de la ciencia y la tecnología, el que se ha visto obligado a reconocer que, a fin de cuentas, el País de las Hadas, tan frecuentemente aludido por él, ha podido aparecer ante nosotros justamente gracias al progreso científico. Desde luego, todo retorna, todo se renueva, ¿no os dais cuenta de que el ritmo de ese retorno y de esa renovación se está acelerando en el espacio y en el tiempo a una velocidad nunca vista? Mi pensamiento da la vuelta al mundo en cuestión de minutos; dejamos atrás, como unas lecciones aburridas, capítulos enteros de la historia universal en cuestión de años. Eso nos tiene que llevar a algo, sólo falta saber a qué. (Tenía la impresión de estar a punto de descubrirlo, pero al instante se me olvidó otra vez. La duda se apoderó de mí, quizá precisamente porque me había acercado demasiado a la verdad. En la proximidad del Polo, ya sabéis, la aguja imantada empieza a temblar; parece que con la fe pasa lo mismo cuando uno está en las proximidades de Dios.)
La discusión desembocó en un interesante juego. Uno de nosotros propuso hacer una prueba para demostrar que los habitantes de la Tierra estaban más cerca unos de otros, en todos los sentidos, que nunca. Nos propuso que eligiéramos a nuestro capricho a uno cualquiera de los 1,5 mil millones de habitantes del globo, del lugar que quisiéramos, y él apostaba a que sería capaz de entrar en contacto con él a través de no más de cinco individuos, a uno de los cuales lo conocería en persona, sólo a través de relaciones personales directas. Como cuando se dice: Oye, tú conoces a Fulano, dile que le avise a Mengano, que es conocido suyo…, y así sucesivamente.
-Vaya, tengo curiosidad-replicó otro-. Pues vamos a hacer una prueba… digamos con … con Selma Lagerlöf.
-Selma Lagerlöf-repitió nuestro amigo-, nada más fácil.
No tardó más de dos segundos en salir con la respuesta:
-Vamos a ver, Selma Lagerlöf, ganadora del premio Nobel, sin duda conoce en persona al rey Gustavo de Suecia, pues de acuerdo a la normativa, fue él quien le entregó el premio. El rey Gustavo, por su parte, es un apasionado jugador de tenis, participa en los grandes torneos internacionales; ha jugado con Kehrling, al que sin duda aprecia y conoce bien. Y Kehrling es un buen conocido mío (nuestro amigo es un curtido jugador de tenis). He aquí la cadena, con tan solo dos eslabones de los cinco, nada sorprendente, pues resulta más fácil llegar a través de relaciones a la gente que goza de popularidad y de fama que a la gente de a pie, porque la primera tiene un gran número de conocidos. Venga, otro más difícil.
Del acertijo más difícil, a saber, un obrero remachador de la fábrica Ford, me hice cargo yo mismo, y lo resolví exitosamente con cuatro eslabones. El obrero conoce al jefe del taller, el jefe del taller conoce al propio Ford, Ford se lleva bien con el director general de los tabloides Hearst, el director general de los tabloides Hearst entabló conocimiento el año pasado con el señor Árpád Pásztor que, según tengo entendido, no sólo es conocido mío, sino un excelente amigo; basta con que se lo pida y enviará un telegrama a Ford para que avise a su jefe de taller de que comunique a ese obrero remachador que me monte un coche en seguida, que lo necesito ahora mismo.
Así continuamos el juego, y resultó que nuestro amigo estaba en lo cierto, nunca se precisaban más de cinco eslabones para que cualquiera de nosotros llegase, únicamente a través de relaciones personales, a cualquier otro habitante de la Tierra. Déjenme plantear la pregunta de si eso ha sido posible en alguna otra época de la historia. Julio César fue un hombre formidable, pero si se le hubiera ocurrido agenciarse algún sacerdote maya o inca como enchufe en unas horas o unos días, ni siquiera a través de trescientos eslabones podría haber llevado a cabo su plan, sobre todo porque en esa época se sabía menos de América y de sus posibles o no posibles habitantes de lo que nosotros sabemos del Marte y sus pobladores.
Existe algo, algún proceso, más allá de ritmos y de ondas: encogimiento y dilatación. Una cosa se encoge y se achica, otra se expande y se vuelve cada vez más grande. ¿Será posible, a pesar de todo, que esta contracción y expansión, que este agrandamiento y achicamiento, este mundo físico, tenga su origen en una pequeña chispa titilante que se encendió en los nervios del hombre primitivo millones y millones de años atrás, para luego, extendida, crecida y arrasando todo a su paso, encender, achicar y reducir a cenizas todo el universo físico? ¿Será posible, será realmente posible que la fuerza acabe triunfando sobre la materia?, ¿que el alma resulte una verdad más fuerte y más justa que el cuerpo?, ¿que la vida tenga sentido?, ¿que sobreviva a la vida misma?; ¿que lo bueno sobreviva a lo malo y la vida sobreviva a la muerte?; ¿que Dios, al fin y al cabo, resulte más poderoso que el Diablo?
Porque yo-lo confieso avergonzado y pido perdón, pero protesto si a causa de ello me toman por loco-, me sorprendo muchas veces jugando a ese juego de contactos, y no sólo con personas, sino también con objetos. Lamentablemente, eso se ha vuelto involuntario, como la tos. Es un juego inútil, no consigo cambiar nada con él, pero soy como el jugador que ha perdido toda su fortuna en las timbas y que sin embargo sigue jugando, aunque sea por unas habas secas o por absolutamente nada, sin la esperanza de ganar, solo por poder ver los cuatro palos de una carta.
Un extraño Pensamiento juguetón traquetea desesperado dentro de mí: ¿cómo podría establecer, con dos, tres o, como mucho, cinco eslabones, un contacto, una correlación entre las insignificancias de la vida con las que me topo?, ¿cómo ligar un fenómeno con otro, cómo relacionar lo relativo y lo efímero con lo no relativo y lo permanente?, ¿cómo conectar la parte con el todo? ¡Ojalá se pudiera vivir, alegrarse y disfrutar de la vida, tomar las cosas tan solo teniendo en cuenta si causan placer o dolor! Pero no es posible, me intriga el juego de encontrar en los ojos que me miran sonrientes, o en el puño a punto de descargarse sobre mí, algo que vaya más allá del simple reflejo de acercarme a los primeros u oponer resistencia al segundo. Uno me quiere, el otro me guarda rencor, ¿por qué me quiere, por qué me guarda rencor? Tengo que comprenderlos a ambos, ¿pero cómo? Por la calle venden uvas, en la habitación de al lado llora mi hijo pequeño. A un conocido mío lo ha engañado su mujer; en el partido de Dempsey se han oído los gritos de ciento cincuenta mil personas; a nadie le importa el nuevo libro de Romain Rolland; mi amigo Fulano ha cambiado de opinión acerca de Mengano; al corro de la patata… ¿Cómo se podría engarzar en tal caos todos esos eslabones y formar una cadena rápida y directamente, sin necesidad de treinta tomos de filosofía? Solo mediante deducciones, pero de modo que el último eslabón de la cadena lleve a la fuente de todas las cosas, a mí mismo. Igual que…
Igual que este señor… este señor, que se ha acercado a mi mesa… donde estoy escribiendo todo esto, se ha acercado y me ha interrumpido con un asunto baladí, quitándome de la cabeza lo que me disponía a decir. ¿Por qué ha venido aquí?, ¿cómo se ha atrevido a molestarme? Primer eslabón: no tiene en mucha estima todos estos garabatos. ¿Por qué? Segundo eslabón: en general, los garabatos no los aprecian en ninguna parte del mundo como acaso hace un cuarto de siglo. La razón de ello es la gran convulsión que ha sacudido el mundo y ha comprometido al Espíritu; si este es el resultado, el famoso aluvión de ideologías y cosmovisiones de finales del siglo XIX no debía de valer mucho. Tercer eslabón: por eso está Europa dominada por la descontrolada histeria del Terror y la Violencia; el Orden se ha roto: ¡es el cuarto eslabón!
Que venga pues un nuevo Orden, que venga un nuevo Redentor del mundo, que se muestre de nuevo el Dios del universo en la zarza ardiente, que haya paz, que haya guerra y que haya revolución, para que-y ahí está, oh, el quinto eslabón-, no pueda ocurrir de nuevo que alguien se atreva a interrumpirme mientras juego, mientras fantaseo, mientras reflexiono.
Traducción de Eszter Orbán y José González Trevejo
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