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Pixel. Primer capítulo, historia de una mano
Krisztina Tóth
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Los dedos de la mano son cortos y regordetes, y con las uñas mordidas hasta la raíz. La mano es de un niño de seis años. Los dedos de la mano ayudan a contar, la mano ayuda a tapar los ojos. El niño está sentado en un taburete y garabatea círculos sobre la superficie de la mesa con un jaboncillo, aunque ya le han pedido varias veces que deje de hacerlo. Traza aros en espiral y se imagina que si lo sigue haciendo durante mucho tiempo, las líneas se superpondrán y al final sobresaldrán de la tabla de la mesa, como un resorte espacial.
Los dedos de la mano son cortos y regordetes, y con las uñas mordidas hasta la raíz. La mano es de un niño de seis años. Los dedos de la mano ayudan a contar, la mano ayuda a tapar los ojos. El niño está sentado en un taburete y garabatea círculos sobre la superficie de la mesa con un jaboncillo, aunque ya le han pedido varias veces que deje de hacerlo. Traza aros en espiral y se imagina que si lo sigue haciendo durante mucho tiempo, las líneas se superpondrán y al final sobresaldrán de la tabla de la mesa, como un resorte espacial. Ya ha intentado explicárselo también a los demás, pero todos lo han interrumpido, así que ahora trabaja sobre la madera solo, con la cabeza ladeada y ocultando el dibujo con el brazo. El jaboncillo lo ha encontrado en el cajón, donde lo habían escondido los mayores. Por cierto, el niño se llama Dawid y vive en el gueto de Varsovia con su madre, Bozena, y las hermanas de ésta. De pronto, derriban la puerta, las tres personas que hay en la habitación quedan acorraladas en una esquina. Cuando Celina se levanta de un salto, se percata del jaboncillo, pero no puede decir nada porque la matan a tiros. El jaboncillo cae y se rompe en dos. Más tarde, mientras unos extraños registran los cajones en busca de cubiertos y plata labrada, alguien pisa el jabón de sastre. Lamentablemente, Dawid no puede terminar el experimento con la tiza ni siquiera más tarde, porque no sobrevive a la guerra. Muere en Treblinka.
Error mío, error mío. No muere en Treblinka. Y no es un niño, sino una niña. Es que estas manos de niño se parecen tanto: las uñas muy cortas, los dedos mullidos y chatos. No, la mano es de una niña, se llama Irena. Lituana, de Vilna. Pero qué disparates estoy diciendo, es que me gustaría contarlo todo a la vez. ¡Cómo iba a ser lituana! Sólo a primera vista parece rubia. Sí, rubia, aunque su pelo es bastante oscuro y rizado. En realidad, y esta es la verdad, se llama Gavriela. Nació en Salónica y llegó a Auschwitz en febrero de 1943. Sobrevive a la guerra, pero pierde a su madre y a su patria. Luego se establece en París y se convierte en contable francesa. Sí, puede ocurrir también así.
Su marido es un empleado muy amable y de pelo ralo del Banco BNP Paris, pero no tiene nada que ver con esta historia. Gavriela piensa en francés y olvida en griego. El nombre de su madre, Domna, le suena cada vez más a la palabra maldición en francés. Con sus hijos habla sólo en francés, lee literatura griega en traducciones al francés. Tiene la mano definitvamente fea, los dedos cortos, por eso no lleva ni siquiera las joyas que regala su marido. Las guarda en una caja de cuero. Gavriela no es feliz, porque eso incluso en París es algo que sólo logran unos pocos, pero al fin y al cabo está contenta. Tiene una amiga junto con la que va de compras.
La amiga se parece llamativamente a Gavriela: cuando viajan juntas en el metro, los pasajeros las toman siempre por hermanas. La amiga es medio rumana, medio húngara, y también tiene el pelo rizado y con canas. Ya sé que esto suena cada vez más complicado, pero no podemos alisar los enmarañados y divergentes hilos de la realidad hasta formar una brillante borla. La amiga también tiene la mano fea, pero ya no le importa porque es vieja.
Hace mucho alguien soltó esa mano. Antaño su madre tenía una amante en Cluj. Cuando se propagó que iban a vaciar el gueto, el amante consiguió dos salvoconductos. La madre estuvo dos días debatiéndose en la duda, finalmente decidió irse con el amante y abandonar a Cosmina, que entonces tenía cuatro años. Optó por salvar su propia vida. Colocó un paquete en el regazo de la niña, luego se puso en marcha, sin siquiera mirar atrás. Ocurrió en el barrio Iris, el 13 de mayo de 1944. Todo esto interesa únicamente porque más tarde también el hijo de Cosmina nació el 13 de mayo, y lo llamaron David. Desde luego no tiene nada que ver con el niño del gueto de Varsovia, que llevaba el mismo nombre y al que luego todos olvidaron. Ese David no fue olvidado. Su bisabuelo húngaro, que había logrado sobrevivir de alguna manera al infierno de la guerra, aunque al paraíso de Ceauºescu ya no, aún pudo enterarse en el último momento de su nacimiento. El nombre David le pareció una mala idea, pero eso no pinta aquí. Sin embargo (y afortunadamente), el niño no se enteró de la historia de la mano de su madre a través de su abuelo, sino de otros habitantes del gueto de la fábrica de ladrillos, que antaño habían mecido aterrados y enfurecidos a la huérfana Gavriela.
He mentido, pero por alguna razón me parecía correcto hacerlo. David nunca se enteró de que alguien había soltado la mano de su madre. Porque no había quedado con vida nadie que pudiera saberlo y le relatara cómo en su día la madre le había rogado a su amante que le diera ambos salvoconductos y cómo finalmente había triunfado en su enamorada y aturdida cabeza la voluntad de vivir. Gavriela tampoco conoce esta historia, ella oyó otra sobre esa mano. Por lo que sabe, todo esto pasó en Vilna, en la lejana Lituania, y la niña en realidad se llamaba Irena. Fue la mano de Irena la que soltaron y fue la madre de Irena la que dejó a su hija. Asimismo cree saber que ninguna de las dos sobrevivió a la guerra.
Desde luego, todo esto es imposible de comprobar. Los nombres van y vienen, sería difícil cerciorarse de todo. La mayoría de las veces tenemos que apoyarnos en conjeturas. El experimento con el jaboncillo, por ejemplo, en teoría, puede realizarse, porque las líneas poseen dimensiónes. Dawid, supuestamente, tenía razón. Si uno traza círculos durante un tiempo infinito sobre la misma superficie, el dibujo sobresaldrá en forma cónica de la superficie de la mesa, formando un abultamiento palpable, que no es idéntico al nudo que hay en la madera. Se puede probar también en papel, aunque no hay nadie en el mundo que haya tenido la paciencia de hacerlo durante suficiente tiempo.
Traducción de Eszter Orbán y José Miguel González Trevejo
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