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En las alas del viento (Fragmento)
Ferenc Herczeg
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Este fragmento del diario de a bordo de Ferenc Herczeg publicado bajo el título En las alas del viento en 1905 ilustra, con un estilo ameno, por qué el escritor fue tan popular en Hungría, en la primera mitad del siglo XX.
Primero de Julio
Salimos del puerto Baross de Fiume sobre las diez de la mañana a bordo del velero Gaviota hacia Dalmacia. Tonio y Zepe montaron en una barca, empezaron a remolcar el Gaviota y el velero se deslizó suavemente hacia la entrada del puerto de madera. Las viejas velas caían lánguidas, pero alrededor del Monte Maggiore, el Golfo de Carnaro oscurecido prometía mucho. Desde allí se acercaba el viento maestral.
Ayer a las cinco de la tarde todavía estaba en casa, en mi piso de Budapest sentado ante el escritorio. Terminaba a marchas forzadas un artículos. En el salón, llevaba ya media hora una señora de edad madura a la que se le había metido en la cabeza la idea de que el director del Teatro Nacional solo esperaba mi aval para contratarla para papeles de dama joven. Fuera, una voz de bajo profundo le llevaba la contraria a mi criado. Y mientras escribía, de repente me acordé con terror de que yacían sobre mi escritorio dos cartas de extraordinaria importancia a las que debería responder antes de irme de viaje… Entonces entró mi criado.
El tren de Fiume sale dentro de una hora… Todavía no me ha dicho usted qué ponerle en las maletas… Y hay un señor fuera que dice que fue compañero de clase de usted, señor… El cartero pide que firme las cartas certificadas de ayer… Y el señor editor quiere hablar con usted por teléfono urgentemente…
Dejé la pluma a un lado. ¡Nadie en sus cabales diría que mañana por la mañana yo estaría en Fiume!
A pesar de todo aquí estoy. Desde la madrugada, he estado recorriendo, a galope tendido, los almacenes y tiendas para adquirir todo lo que el Gaviota va a necesitar en su viaje de varias semanas. Cajas de hojalata y de madera, paquetes y botellas llenan todavía la cubierta. Cuando ya estábamos a punto de zarpar, mi amigo que había decidido ser mi compañero de viaje, se dio cuenta de que se le había olvidado comprar mostaza húngara. Mi ahijado a toda costa quería invertir en chocolate la corona que le había dado su generosa tía. Pero yo no les dejé volver a desembarcar.
¡Adelante en nombre de la Virgen de Trsat! ¡Dejemos atrás el Carnaro, salgamos al mar donde no hay imprentas, no hay teléfono, no hay correos y teatros!
Mientras bajábamos la carga al camarote, les expliqué el plan del verano. A través del canal de la Morlacca navegaremos a la isla de Rab, y desde allí costeando las playas dálmatas llegaremos a Zadar, Sebenico, Trogir, Split y Ragusa. El punto más meridional del viaje será las Bocas de Kotor. De vuelta pasearemos entre las islas. Por lo demás no habrá acuerdos previos a qué atenernos. Atracaremos donde nos apetezca. Pasaremos en un sitio tanto tiempo como nos dé la gana.
Después les anuncié a mis invitados las leyes de la navegación:
1. La navegación no se considera un viaje, sino una estancia a bordo de un velero. Por esta razón cualquier manifestación de impaciencia está prohibida.
2. Está prohibido hablar de política, literatura y de arte.
3. En los puertos por donde pasemos, no está permitido coquetear con las mujeres ni en broma, ni en serio.
4. La comida y el tiempo solo se califican con adjetivos halagadores.
5. Si alguien entre nosotros se pone la gorra al revés significa que no quiere hablar con nadie.
Acto seguido me puse la gorra al revés y me senté al lado de la caña del timón.
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