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El jardín del hechicero
Géza Csáth
18871919
Géza Csáth nació en 1887 cerca de Szabadka, al sur de Hungría. Su nombre orignal era József Brenner y era primo hermano del poeta y escritor Dezsõ Kosztolányi. A los dieciocho años publicó su primer cuento en una prestigiosa revista literaria. Tenía ribetes de pintor y era un violinista apasionado, no obstante finalmente decidió estudiar Medicina, y paralelamente continuó publicando en revistas literarias. Su primer tomo de cuentos, El jardín del mago, fue publicado en 1908. Diario de una mujer demente es el primer análisis completo de un caso de paranoia. En sus relatos también se refleja la influencia del temprano psicolanálisis vienés. Se hizo ginecólogo y psiquiatra, sin embargo su mayor ambición era escribir. Publicó cuentos, importantes críticas de música, estudios sobre la evolución y dramas. Su dependencia de la morfina empezó en 1910 cuando por error le diagnosticaron tuberculosis. Sus Diarios cuentan su lucha contra la drogodependencia. Trabajó en varios balnearios y hasta que la morfina lo destruyó por completo continuó publicando en periódicos y revistas. Se casó con Olga Jónás a la que mató en 1919 en un arrebato de paranoia debido al consumo de drogas. Fue ingreado en un hospital del que escapó e intentó volver a Hungría traspasando la línea de demarcación. Cuando fue detenido se tomó el veneno que llevaba encima.
EL JARDÍN DEL HECHICERO
Dos jóvenes altos y esbeltos salierona la plaza delante de la estación. Al momento los reconocí:
¡Los hermanos Vass!
Fuimos al centro juntos. Aquella suave tarde de junio eso me produjo una sensación muy agradable. En el instituto habíamos sido inseparables. Desde el bachillerato, desde hacía cuatro años, no los había vuelto a ver. Estudiaban en el extranjero. Estaban muy contentos de haberse encontrado conmigo.
Sus caras aún no habíanadquirido los definitivos rasgos masculinos. Tenían narices finas y ojos vivos, propios de las personas inteligentes. En sus modales se apreciaba la misma generosidad y cordialidad de los hombres de mundo que los hacía tan insólitos en el instituto,y a pesar de lo cual nos caían bien a todos.
Íbamos caminando por la calle mayor y la plaza mayor. Tenían prisa. Al cabode dos horas debían seguir el viaje.
La verdad es que hemos venido nada más que a visitar el jardín del hechicerodijo el hermano mayor.
¿El jardín del hechicero? ¿Dónde está?pregunté.
Cierto, tú no lo sabes. Claro, en aquellos tiempos no le contamos a nadie el asunto. Ya verás. Nos acompañas, ¿verdad? No queda lejos…
De la plaza mayor nos dirigimos a la iglesia. Atravesamos el parque. Nuestro viejo profesor de religión estaba sentado en su banco de toda la vida, sumergido en la lectura de un libro. Le saludamos, y él, amablemente, nos devolvió el saludo con la mano. Luego dimos una vuelta a la iglesia. Los chicos me condujeron a un callejón sin salida, de cuya existencia, hasta ese momento, no había sabido en absoluto. La calle era estrecha, de unos doscientos pasos de largo. ¡Curioso!, nunca había visto en la ciudad casas como aquellas. Eran bajas y rudimentarias, y había algo rancio en las curvas de sus ventanas o en el tallado y la forma de sus puertas. Porlas calles, había sentados en bancos y sillas, hombres viejos y mujeres pálidas de cara tristona, y niñas pequeñas barrían y regaban el suelo. No se veía ni rastro de rodadas de coches.
Nos paramos delante de la última casa. Mejor dicho, delante de la valla, porque la casa no se veía. Era una valla de madera sin pintar: los listones estaban tan apretados que era imposible meter la mano entre ellos, y había que acercarse mucho para ver lo que había detrás.
Nos inundó un aroma embriagador. Tras la valla se escondía un jardín, no más grande que una pequeña habitación. El suelo se había elevado con tierra hasta, aproximadamente, la altura de nuestras caderas. Y todo el jardín estaba poblado de flores.
Tenía una flora peculiar. Flores de tallos largos, con forma de cornetas, cuyos pétalos parecían ser de terciopelo negro. En el rincón había una brazada de lirios blancos de cálices gigantescos. Había desperdigadas por todas partes flores bajas y de tallo blanco, que tenían un solo pétalo rojo pálido. Parecía que eran esas de las que emanaba aquel desconocido olor dulce, que al ser inhalado daba la impresión de cortársele el aliento a uno. En medio del jardín se repanchigaban un montón de robustas flores purpúreas. Sus carnosos pétalos de brillo sedoso caían largamente hasta la alta hierba verde rabioso. Aquel pequeño jardín mágicose asemejaba a un caleidoscopio. Justo delante de mí crecían las flores violeta del lirio. En su embriagador aroma se mezclaba el perfume de cientos de flores, y en sus colores se encontraban todos los matices del arco iris.
Al fondo del jardín, enfrente de la valla, había una casita diminuta. Sus dos ventanas de persianas verdes daban justo al nivel de la planta baja. No se veía puerta alguna. El tejado se cerraba inmediatamente sobre las ventanas. Debía de haber un gran desván allí. Ante las ventanas descubrí claveles azules. Nos quedamos mirando callados, por lo menos cuatro minutos, aquelmágicomundo de no más de diez metros cuadrados.
¿Ves?, este es el jardín del hechicero-dijo el menor de los Vass.
Y en aquella casa vive el hechicero-continuó el otro.
Y allí mismo viven los bandidos.
¿Quiénes?-pregunté.
Los bandidos, los discípulos y esclavos del hechicero.
Salen a robar a la ciudad. Salen a estas horas, por caminos subterráneos.Llegan al desván de la iglesia, y bajan por la soga de la torre. Debajo de sus capas marrones,ocultan pequeños candiles, y colgadas de sus cinturones, llevan caretas, espadas y pistolas.
Se cuelan sigilosos en las casas o entran por las ventanas. En cuestión de unos instantes entran,con sus pequeños picos, a las habitaciones de las casas de varios pisos por las oscuras ventanas que se han dejado abiertas.
Para esconderse depués rápidamente en el armario.
Nadie que viva en aquella casa se da cuenta de que están dentro, escondidos entre la ropa y las cajas. Encienden sus pequeños candiles y se disponen a esperar sin hacer ruido.
Esperan hasta que todos se hayan acostado, y entonces salen, recorren las habitaciones, rompen las cerraduras y les cortan la cabeza a los niños, calvando sus espadas en los corazones de los padres.
Y llevan sus tesoros al hechicero.
Los dos muchachos parecían recitar algún viejo poema olvidado hace mucho tiempo al contar los secretos de la cueva del hechicero. Mientras tanto no dejamos de contemplar el jardín.
¿Te imaginas ahora lo que hay allí dentro?-preguntó el menor.
Su hermano contestó por mí:
Aquí, detrás de la ventana con persiana está el dormitorio de los ladrones. Es un cuchitril bajo, de paredes enlucidas. En la pared parpadea un candil, y en el suelo, hay seis colchones de paja a la derecha y seis a la izquierda. A un lado duermen seis bandidos, acurrucados; no se les ve ni siquiera la cara.
Al otro lado, las seis camas están vacías.
Ahora, los bandidos ya se han encaminado por las sendas subterráneas hacia su sangriento trabajo.
Al despertarse, salen de sus habitaciones a cuatro patas, porque en aquel sitio bajo es imposible ponerse de pie.
Entonces el hechicero les da de comer. Sus ojos negros y malvados parecen decir: comed y traedme muchos tesoros, oro y plata.
Los bandidos comen sapos y lagartos frescos, y como golosina, reciben abejorros de varios años de edad, que, cual compota, seguardan en tarros en la despensa del hechicero.
Luego tienen que marcharse. El hechicero enciende su candil, que tiene colocado en una calavera, y vela en su cuarto. Lee, vigila. Para que no les pase nada a los bandidos.
Para que no se despierten los perros o los niños.
Y cuando en el este el cielo empieza a oscurecer, viene aquí: para tumbarse en el jardín.
Y entonces todas las flores se convierten en muchachas. Y él se revuelca entre las flores…
Hasta que vuelven a casa los bandidos, y recibe el botín, lo esconde en sus almacenes subterráneos y todos se van a dormir. Así, hasta la próxima noche, la casa permanece silenciosa, vacía.
Ninguno de los vecinos sabe quién vive aquí…
Nos quedamos contemplando el jardín del hechicero sin decir palabra durante un par de minutos, cuando de repente uno de los hermanos Vass miró su reloj.
Dentro de de veinticinco minutos saldrá nuestro tren-dijo- y suspiró levemente.
Tenemos que irnos-contestó el otro.
En el oriente del cielo ya se veían las estrellas. En la calle reinaba un silencio como el del cementerio; no había ni un alma aparte de ellos.
Emprendimos el camino de vuelta. Fuimos callados hasta la iglesia. Los hermanos Vass se quedaron mirando al frente, distraídos. Dimos una vuelta al parque. En la fuente había tres muchachas sacando agua. Se reían con regocijo, eran guapas. Los dos muchachos les sonrieron.
El agobiante perfume de las flores del hechicero poco a poco se desvaneció de nuestros pechos. Un coche simón pasó por allí. Lo pararon con un silbido. Se despidieron sonrientes, y ligeros, se subieron al coche… El cochero dio un latigazo a los caballos.Se alejaron traqueteando hacia la calle mayor iluminada por un relámpago.
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