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György Bálint

El vigía vuelve la vista

Traducción de Cserháti Éva

Título original: A toronyõr visszapillant
Pesti Napló • Budapest, 20 de septiembre de 1939

El presente artículo fue publicado en septiembre de 1939 después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Es el arte poética de György Bálint: el periodista es el vigía, su misión es mirar y ver el mundo e informar sobre ello. El vigía vuelve la vista es una despedida en tiempos amenazadores. Desde 1938 el autor pasó largas temporadas en cuarteles y en la primavera de 1939 viajó a Londres con la intención de emigrar. Sin embargo, a los pocos meses volvió a Hungría porque no podía abandonar a su familia, amigos y patria.

Es difícil leer cuando la realidad pesa sobre la conciencia con una fuerza nunca experimentada. Es difícil sumergirse en el resumen y explicación de la vida cuando los meros hechos invaden el conocimiento con implacable vigor. En estos momentos no se lee en el sentido corriente de la palabra, como mucho se hojea, se abren en distintos lugares algunos textos antiguos y eternos, casi solo para asegurarse que siguen en su sitio aquellas frases que desde los comienzos han pertenecido a nuestro paisaje interior como los puentes y cúpulas al exterior. Esta manera accidental de leer en realidad es hacer una ronda preocupada por la historia de la literatura: abrimos el tomo de poesías de Vörösmarty con el secreto temor de si, en vez de el Reflexiones en la biblioteca, no vamos a encontrarnos con el texto de una octavilla muy actual.

Ayer, entre dos crónicas de guerra, estuve hojeando el mejor y más fiable texto alemán de todos los tiempos, el Fausto. Abrí el quinto acto de la segunda parte que no solo es la cima del Fausto, sino de toda la obra de Goethe, creo. “Auch hier geschieht, was längst geschan”, leí la frase de Mefistóteles en la cabecera de una página y me tranquilizó: no hay nada nuevo bajo el sol. Después había un cambio de escena y el vigía Linceo aguardaba en su puesto de guardia durante la noche. Había visto mucho desde su atalaya, había visto prácticamente todo. Y sin embargo no sentía ni desilusión, ni asco; eran afortunados los ojos por haber podido ver, porque al parecer la contemplación es una profunda y auténtica fuente de placer, lo que solo Goethe y los griegos sabían apreciar en su totalidad.

Zum Sehen geboren,

Zum Schauen bestellt,

Dem Thurme geschworen,

Gefällt mir die Welt.

––cantaba el vigía en la noche, en la noche faustiana y europea. Había nacido para ver, había sido destinado a mirar, había jurado fidelidad a la torre y al fin al cabo el mundo le parecía hermoso cuando volvía su vista hacia el pasado. Los vigías de Europa si reflexionan sobre sus experiencias, podrán esperar la noche con los mismos sentimientos en sus atalayas menores y mayores. El que ha nacido para ver, el que ha sido destinado a mirar, el que está atado a su puesto de guardia mediante su juramento, no debe quejarse. El mundo efectivamente ha sido hermoso con todas sus crisis y todas sus monstruosidades. Ha sido hermoso en el sentido sublime o podemos decir en el sentido de vigía de la palabra, porque en este sentido hermoso es todo lo que es real, lo que está vivo, lo que se mueve, lo que es abarcable con la vista. El rico orden y el rico desorden de la vida, las millones de caras de la realidad, la increíble variedad de las posibilidades de alegría y sufrimiento: todo eso es hermoso si lo contemplamos desde la torre. Naturalmente nadie es tan afortunado como el vigía Linceo, nadie puede contemplar el mundo siempre desde la torre. Pero aunque estemos abajo en medio de la gran vorágine y nos perdamos en la vida aparentemente, siempre tenemos que conservar en el fondo del alma nuestra torre propia y encontrar los grandes momentos a vista de pájaro. Especialmente aquellas personas que están destinadas a mirar y las que están atadas a la torre mediante su juramento de fidelidad. Y si logramos seguir fieles a la torre, resultará que todo ha sido hermoso. Ha sido hermoso lo que vimos y ha sido hermoso en lo que participamos. Ha sido hermoso todo el mundo: las pinturas de Giotto en el altar de la Santa Croce de Florencia, el canto del pueblo marsellés el 14 de julio, las rocas taciturnas del fiordo Hardanger en una noche de verano gris clara, el vocerío de las obreras españolas en las especierías valencianas, la limpieza estéril en Hamburgo y el remolino de basura en Patras, los paseos por las colinas de Buda y los agobios en el piso de Pest, la voz de Moissi en el escenario y el piano de manubrio en el patio, reflexionar sobre un soneto e indignarse ante una injusticia, soñar con un vaso de vino en la mano y jurar la lucha con una estadística en la mano, tomar té en una taberna inglesa entre obreros portuarios, caminar por las carreteras entre campesinos húngaros y compartir con ellos la cantimplora de agua, contemplar los patos exóticos sobre las aguas del lago del parque St. James y observar los radiogramas de la política, sentarse los dos juntos en un banco estival y estar de guardia en soledad bajo la lluvia otoñal. Todo eso ha sido hermoso, han sido hermosas la crisis y la ebullición de la que fuimos testigos, han sido hermosas las tragedias en los teatros y en los parlamentos, han sido hermosas las bibliotecas y las fábricas, los frescos y los carteles. Ha sido hermoso todo porque todo ha estado vivo y lo hemos visto todo porque hemos estado abajo entre la multitud y arriba en la torre, porque hemos sido fieles a nuestro juramento, porque hemos mirado, hemos visto y hemos informado. Y sigue siendo hermoso el hecho de que todavía podamos coger la obra de Goethe y de los demás de vez en cuando, que los grandes textos sean todavía alcanzables. No tengamos lástima por lo que hubo y no tengamos lástima por lo que habrá. Es posible que no tengamos torres nunca más, pero lo que hemos visto hasta ahora ya nada lo puede borrar de nuestro conocimiento.


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