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Fútbol y letras
László Darvasi

La pregunta
¿Por qué no brindaron los húngaros con cerveza durante 150 años entre 1849 y 1999?
Porque en Hungría se bebe más vino y la cerveza no tiene tradición.
En homenaje a los militares húngaros de 1848–1849, que fueron ejecutados mientras sus verdugos tomaban cerveza.
Los húngaros nunca brindan porque según la superstición trae mala suerte y despierta a los malos espíritus.
Respuesta

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Géza Csáth

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Profeta en tierra extranjera

Eszter Orbán


Después de que en 2002 Imre Kertész recibiera el premio Nobel, la prensa internacional, así como los medios de comunicación húngaros, se deleitaban en machacarles a los lectores que el reciente premio Nobel era un autor completamente desconocido en su país natal, y que su nombre no sonaba menos ajeno en Hungría que, por ejemplo, en la pintoresca Noruega. Aunque era cierto que la obra de Kertész en su patria no había recibido la atención merecida, en los círculos literarios sí que era considerado uno de los más destacados autores contemporáneos. Sin embargo, es innegable su aislamiento tanto dentro de la cultura oficial durante el comunismo, como –por consiguiente– de un contexto literario más vasto. Sándor Márai, que junto con Kertész es el escritor húngaro por excelencia, recorrió el mismo camino que Kertész, pero a la inversa, partiendo del éxito para caer en el olvido de la emigración.

Mihály Babits, uno de los padres de la modernidad literaria en Hungría, escribió un estudio en 1913 con el título Literatura húngara, en el que se quejaba del escaso conocimiento de la literatura húngara en el resto del mundo. Afirmaba que nuestra literatura era “una oscura celdilla en el vasto palacio del genio humano, por donde no pasaban nunca invitados, y apenas era citada en las guías”. El propio Márai ha formulado esta idea del aislamiento de nuestra literatura en un artículo periodístico, afirmando que “nuestro idioma es para el resto del mundo un idioma mudo”, o, como lo expresa en otro escrito, “un asunto estrictamente nacional”. Babits opina que para entrar en lo que Goethe ha venido a llamar Weltliteratur, literatura universal, las letras menores como la húngara tienen dos opciones: producir una literatura singular, con marcados tonos particulares, o bien –y eso es lo que le parece más viable– aportar excelentes obras sueltas que tengan un valor universal. El fenómeno Márai parece corroborar la idea de Babits, y el éxito de este autor fuera de su patria reside en gran medida en el hecho de que su obra se integra perfectamente en la tradición europea, tanto en lo que respecta a la forma, como a su cosmovisión. Márai era un empecinado defensor de la cultura europea, al mismo tiempo que su implacable crítico.

En su reciente libro sobre Sándor Márai, el estudioso János Szávai sostiene que varios comentarios en los diarios del escritor hacen vislumbrar su deseo de llegar a formar parte un día de la literatura universal. En sus años juveniles, escribió varios de sus artículos en alemán y en francés, y en Confesiones de un burgués relata que su talento, a pesar de escribir en idiomas que no eran el suyo, era reconocido por varios literatos europeos. No obstante, Márai decidió, al contrario de otros célebres centroeuropeos como Joseph Conrad o Eugéne Ionesco, escribir en su lengua materna. Por tanto, la única forma de alcanzar el éxito ha sido a través de las traducciones.

Entre los años 1930-1948 Márai fue uno de los escritores húngaros de moda. Incluso llegó a publicar algunos de sus libros en el extranjero. En 1931 salió a la luz en Francia Los rebeldes (publicado en español y en catalán en 2009 por Salamandra), seguida de otras traducciones a diferentes idiomas europeos. El último encuentro, libro que le trajo la fama mundial post mortem, ya fue traducido al castellano en los años 1940 por Oliver Brachfeld, con el título A la luz de los candelabros. De modo que en aquella época de preguerra, Márai no sólo fue mimado por el público húngaro, sino también llegó a las puertas de la fama mundial que, sin embargo, no conseguiría alcanzar hasta después de su muerte. Como afirmó en una ocasión, “el éxito no era sino la demora del fracaso”.

La emigración le valió el total aislamiento de su lengua materna, sus lectores, y por consiguiente, de los círculos literarios. Los diarios de Márai dan testimonio de la lucha interior de este escritor por mantenerse firme y seguir escribiendo a pesar del asilamiento y la completa falta de reconocimiento. Sus comentarios referentes a la ausencia de interés que rodeaba la actividad musical de Béla Bartók en su emigración a los Estados Unidos, así como a su posterior éxito permiten sospechar que soñaba con que un día su obra volviera a ser reconocida, e incluso integrada en la literatura universal. Este éxito le llegó póstumamente, en los años 1990, con la archiconocida historia editorial que arrancaba desde la italiana Adelphi, para catapultar a Márai a la fama internacional.

Cuando se habla del silencio en torno a Márai en la Hungría comunista, se piensa exclusivamente en términos políticos, lo cual parece comprobarse por el hecho de que desde el cambio de régimen su obra se está revalorando. Hablando del vertiente político de la recepción de Márai, cabe destacar que desde aquel giro de 1990 la derecha política ha intentado apropiarse de Márai al considerarlo uno de las más notorias víctimas del comunismo, que en su día prohibió la publicación de su obra mientras durara la dictadura. Callan, sin embargo, el hecho de que Márai condenaba sin piedad toda la llamada clase media cristiana, y a los dirigentes de la sociedad húngara de entreguerras que, según él, eran culpables de los fúnebres sucesos que acabarían con la vida de una multitud de compatriotas húngaros. Su renacer estrictamente literario, exento de tintes políticos, es más complicado. Aunque aparecen cada día más estudios en Hungría que examinan la obra de Márai, este autor no se considera a la altura de otros escritores contemporáneos, como Gyula Krúdy (el maestro por antonomasia de Márai), Kosztolányi o Móricz, por citar algunos ejemplos. Curiosamente, las obras más valoradas no coinciden con las que están gozando de éxito dentro y fuera de Europa. Se habla muy poco de la Herencia de Eszter, por ejemplo, y El último encuentro se considera poco más que un kitsch literario, o literatura de pacotilla. Sin embargo, no es difícil de comprender, que obras como Sindbad regresa a casa, un homenaje al maestro Krúdy, con referencias culturales imposibles de comprender fuera de su propio contexto nacional, no se hayan publicado en otros idiomas.

Las razones de la diferencia entre la recepción nacional y la internacional son, pues, en parte comprensibles. Sin embargo, parece que la crítica internacional ha encasillado a Márai en un papel del que ya le resulta imposible salir, y sólo le interesa lo que corresponde con la imagen que se ha forjado de él. Márai forma parte de la mitología centroeuropea, y su papel queda limitado a narrar la decadencia de la burguesía centroeuropea; papel que, visto desde el extremo occidental del continente, me arriesgo a afirmar, parece exótico. Vamos a ver si este exotismo es suficiente para resistir la prueba del tiempo, y Sándor Márai será admitido en aquella ilustre sociedad de escritores que componen la literatura universal, o bien el fenómeno Márai no pasará de ser una moda pasajera.

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