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20 trajes para Europa: diálogo entre moda y literatura
Resumen: Éva Cserháti
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En el marco de la presidencia española de la Unión Europea se ha inaugurado en Bruselas la exposición 20 Trajes para Europa. Diseñadores dialogan con la literatura. Es el resultado creativo de las creaciones realizadas por veinte diseñadores de España, Bélgica y Hungría a partir de otros tantos textos de escritores y poetas españoles, belgas y húngaros. Un proyecto que forma parte de la programación cultural especial organizada por la presidencia, en coordinación con los otros dos países del llamado Eutrio, Bélgica y Hungría. Se trata de un contexto multidisciplinar y transnacional que supone una metáfora del constante intercambio que experimenta la ciudadanía continental y de su diversidad cultural. Las conclusiones creativas de 20 Trajes para Europa corresponden a veinte diseñadores: doce españoles, cuatro belgas y cuatro húngaros. Ellos son los encargados de vestir la prosa y la poesía de otros tantos escritores belgas, húngaros y españoles, en lo que es una iniciativa que va más allá de la moda y la literatura, ya que es un claro ejemplo del diálogo entre las artes que define la sociedad actual. |
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Los textos que han inspirado a los diseñadores:
Miklós Bánffy: Los días contados. Novela. Trad. Éva Cserháti y Antonio Manuel Fuentes Gaviño. Barcelona: Libros del Asteroide, 2009. p. 688. ISBN 978-84-92663-02-6. T.O.: Megszámláltattál
Diseñador: Miklós Pazicski
La belleza de Adrienne sin duda influía, pero Bálint pensaba que ella le gustaba objetivamente, como una joya delicada o un medallón de bronce. Le gustaba su talle esbelto, aunque aún de niña, y su andar ligero pero firme le recordaba la figura de la Diana cazadora, el tesoro de la sala Fontainebleau del Louvre. Tenía las mismas proporciones, algo alargadas, la cabeza relativamente pequeña y una cintura flexible inclinada hacia atrás, como la diosa, pues en el cuadro está sacando una flecha de su carcaj. Tenía el mismo paso largo y suave. La misma tez de marfil finamente dorada. La cara, el cuello, los brazos, el escote del traje de noche brillaban con sutileza. Sólo su cabello y sus ojos eran diferentes, porque aquella Diana era rubia y de ojos azules, mientras que Adrienne tenía el pelo castaño y ondulado, como si flotara en una tormenta eterna, y los ojos ámbar.
Era un placer mirarla y mantener con ella charlas interesantes. Tenía ideas originales, particularmente insólitas en una joven. Era, además, muy culta. En sus conversaciones, Bálint no se sentía obligado a evitar temas extraños, referencias históricas y literarias con las que las demás jóvenes se ofendían, pues pensaban que él las citaba con el único objetivo de presumir. Adrienne estaba al corriente de todo, hablaba perfectamente varios idiomas y le encantaba leer, aunque se rebelaba con odio furioso contra la literatura rosa que entonces les estaba destinada a las jovencitas. Se rebelaba porque en el instituto de Lausanne donde fue educada oyó hablar de Flaubert, Balzac, Ibsen y Tolstói, y sentía un deseo ferviente por conocer obras valiosas.
Magda Szabó: La puerta. Novela. Trad. Márta Komlósi. Barcelona: Mondadori, 2005. p. 317. ISBN 978-84-397-1087-5. T.O.: Az ajtó
La porta. Trad. al catalán Eloi Castelló. Barcelona: RBA La Magrana, 2005. p. 271. ISBN 978-84-7871-179-6.
Diseñador: Tamás Náray
La noticia de que aquellos lejanos correligionarios habían enviado regalos a su parroquia le llegó también a ella, por supuesto, a través de su amiga Polett, y así fue como Emerenc, a quien no se veía nunca en misa, cuando empezaron a distribuir los obsequios en la iglesia se presentó allí vestida elegantemente de negro y esperando su turno como cualquier otro. Todos los del barrio la conocían, pero a nadie se le había ocurrido incluirla en la lista. Las damas organizadoras, que servían también de intérpretes a los miembros de la misión sueca, miraron desconcertadas a Emerenc, con su figura enjuta y su rostro absolutamente inexpresivo aguardando su parte. Adivinaron enseguida que, a pesar de no asistir nunca a las ceremonias, ella pertenecía a su comunidad. Pero entonces surgió el problema: como ya habían repartido todas las prendas buenas de algodón y de lana, en el fondo de las cestas no quedaban más que unos elegantes vestidos de gala, de esos que las generosas pero insensibles señoras escandinavas, ignorantes de las necesidades del país y cuya única finalidad había sido deshacerse de sus trapos viejos, habían incluido en el envío benéfico. Las organizadoras no querían que Emerenc se fuera con las manos vacías y le regalaron uno de esos vestidos, pensando que quizá podría venderlo a un teatro o una casa de cultura o cambiarlo directamente por comida, pero en ningún momento estuvo en su ánimo burlarse de ella. Emerenc, sin embargo, no lo interpretó así, se ofendió y tiró el traje a los pies de la presidenta de la comitiva de damas de la caridad.
Sándor Márai: Confesiones de un burgués. Memorias. Trad. Judit Xantus. Barcelona: Salamandra, 2004. p. 478. ISBN 978-84-7888-865-8. T.O.: Egy polgár vallomásai
Diseñadora: Katti Zoób
El recuerdo de aquella mujer se mantiene vivo entre los vapores de la marmita de brujas del ayer quizá porque fue la primera extranjera, la primera mujer extranjera, la primera extraña de verdad que conocí con detalle, con toda esa rareza innombrable, invencible y misteriosa que los sentidos son incapaces de desvelar, que ninguna caricia puede disipar porque se mantiene cerrada a cal y canto la puerta de un cuerpo y un alma desconocidos que no se abre ni a fuerza de besos, pues nunca desaparecerá el último secreto, el misterio de la lengua materna. No creo que el amor sea una especie de esperanto que haga desaparecer la barrera de los idiomas. El amor tan sólo balbucea en una lengua que no sea la materna, por más entusiasmo y fervor que caractericen su expresión. Uno siempre sueña en su lengua materna sobre la persona amada. La carnicera de Metz era la mujer extranjera, la primera de otra especie con quien yo llegué a sentir esa incapacidad compleja, esa incapacidad para entregarme del todo, el hecho de que más allá de los abrazos quedara siempre algo imposible de comunicar, algo que yo podía traducir a besos o a caricias, pero cuyo significado profundo seguiría siendo un secreto mío y sólo mío, un secreto que sólo podría compartir con mujeres que hablasen mi idioma.
Zsuzsa Takács: A pesar de la interdicción supe que eras tú
Diseñadora: Natália Gyulai
A pesar de la interdicción supe que eras tú.
Porque el solo enlazarnos así entre las gasas
de mi sueño, en un acceso de ternura
que era lo más parecido
a la compasión, y que las ventanas del rincón
estuvieran rotas, y que el vacío de tu cuarto
se llenara del rayo de luna,
todo eso no hubiera importado; mas que el hombre
esbelto, canoso, con cara torturada fueras tú,
eso sí que me estaba prohibido saberlo.
Pero te reconocí, y casi arriesgando el castigo,
correspondí a tu abrazo con todo el ardor.
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