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Krisztina Tóth
Krisztina Tóth

“El punto de partida no es que yo quiera decir algo”

Krisztina Tóth

1967–

La editorial El Nadir de Valencia acaba de publicar el tomo de cuentos Código de barras lineal de Krisztina Tóth (Traducción de Eszter Orbán, Éva Cserháti y Antonio Manuel Fuentes Gaviño). La autora asistirá a una mesa redonda sobre literatura el 10 de marzo de 2010 con Ángeles Caso (Instituto Cervantes, 19.30, para más información: www.ellascrean.com).

Nació en el año 1967. En 1987 hizo el bachiller en el instituto artístico de Budapest, en la sección de escultura, luego estudió Letras en la Universidad Eötvös Loránt de Budapest que interrumpió para realizar una estancia de casi dos años en París. Sacó su diploma en 1993. Entre los años 1994 y 1998 trabajó en el Instituto Francés de Budapest como coordinadora de exposiciones. La creación de vidrieras de cristal de plomo constituyen para ella, desde un decenio anterior, un pasatiempo y a la vez un trabajo que la alimenta. Tiene un hijo y reside en Budapest.

Escribió sus primeros poemas en la escuela primaria y luego frecuentó el círculo literario dirigido por Katalin Mezey durante sus años de instituto. Publicó su primer volumen de poesía Abrigo que flamea en el otoño en el 1989, seguido por otros nueve (El hombre de sombra, El hilo del a conversación, Nieve polvorosa, Luz, relación, La llona que llora) de los que dos son para niños (Los osos londinenses y Abecedario bobo, este último escrito en colaboración con Anna T. Szabó y Dániel Varró) que hacen de ella una de las principales voces femeninas de la poesía húngara contemporánea. Cada una de sus antologías es acogida con aceptación por parte del público y de la crítica y su trabajo ha sido recompensado por numerosos premios.

Es la autora de muchas traducciones literarias, igualmente muy apreciadas, principalmente de escritores francófonos como Lionel Ray, Lorand Gaspar, Liliane Wouters y Guy Gofette. Publica regularmente escritos críticos en varios periódicos y revistas. Su primer volumen de narraciones, Código de barras lineal apareció en el 2006 y fue seguido por la antología titulada Te llevo a casa ¿vale? publicada en 2009.

Me encuentro en el planeta llamado Tierra en un cuerpo humano que cogí al azar. […] Hay que apuntar todo. […]Es imposible acostumbrarse al planeta llamado Tierra, pero yo lo memorizo todo lo que veo. Pretendo no sentir, no tener nostalgia, no preguntar y no desesperarme. No apuntar con el dedo hacia arriba como E.T. que “a casa”, “a casa”, sino observar, conservar todos los pormenores para que cuando vuelva a no ser un hombre, y se inclinen sobre mí a examinarme, pueda devolverlo todo. Estos lugares y cuerpos extraordinarios, todo tal y como ha sido: como si yo fuera una cámara de foto que alguien ha encontrado”.

Como el narrador de la obra Pixel del ciclo jocoso titulado El centro del sombrero (in.: Te llevo a casa, ¿vale?, 2009), Krisztina Tóth lo graba todo. Su mirada no selecciona, absorbe lo que es, con una limpieza inmisericorde. Su memoria graba las situaciones, las sensaciones, la calidad de la luz y el movimiento de las sombras. Los frutos de su cosecha se ven depositados en los rincones secretos de su memoria – la receta nos viene dada en McEnroe y el baldaquín del mismo tomo.

De todos modos estoy convencida de que todas las personas que se dedican a la escritura, también se dedican a la cosecha de frases y miradas, recogen conversaciones, graban lugares. Porque a saber para qué pueden servir una entonación, historia o una imagen de la calle. Hay otros escritores que no sólo guardan los fenómenos del mundo en el invisible disco duro de su imaginación, sino guardan los objetos mismos. Yo, desgraciadamente, pertenezco a este grupo”.

Luego, cuando escribe, disecciona con precisión todo aquello que no está claro, todos lo nudos, todas las angustias, todo lo que frota, lo que pica, lo que quema, todo aquello que en la vida cotidiana se guardaría escondido, todo aquello sobre lo que se desearía hacer deslizar la mirada por un falso pudor, por benevolencia, por pereza, por comodidad o por cobardía. Y finalmente, lo recupera todo minuciosamente, embalsama el resultado como los San Nicolás de chocolate momificados en la narración Las tres vidas de San Nicolás y se lo presenta al lector.

Lo que hace que se pueda leer a Krisztina Tóth sin encontrarse triturado por la visión de las caídas, definitivamente atrapado por el torbellino de las pérdidas, por la angustia aprisionada en los detalles, lo que hace que se puede sobrevivir a estos textos habitados por el espectro de lo vivido en la época de Kádár sin destruirse de manera definitiva. Porque existe en cada uno de ellos una línea de demarcación, una distancia incorporada ya sea bajo la forma de humor, ya sea a través de una mirada infantil o extranjera, ya sea con una escapada en lo fantástico. Cualquier cosa: una rotura, una torsión que indica, por su misma existencia, que este universo, felizmente, ha sido filtrado, aunque sea poco, de la misma manera como las vidrieras que ella crea, filtran la luz. Por lo que se refiere a la prosa, yo diría que se trata de un vidrio incoloro, demasiado espeso, con nervaduras discretas, con una textura relativamente regular. Su poesía, por su parte, se sumerge en universos profundamente coloreados, con líneas fugitivas y de efectos que sobrecogen.

Seguramente busco esta clase de fenómenos a propósito, pero a menudo tengo la sensación de que es la lengua misma que me conduce a estas cosas. El punto de partida no es que yo quiera decir algo y para este fin uso las cosas interesantes que he encontrado, sino un proceso automático me lleva a estas coincidencias. Lo mismo pasa con las rimas: la mayoría de las veces no soy yo la que encuentre la rima, sino ella me encuentra a mí. Una vez le dije al poeta francés Christian Doumet que nunca uso el pasado simple del francés. Él me contestó: “Seguramente es así porque el pasado nunca es simple””.

Kinga Dornacher


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