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Anna Haas

Soy tu mujer, no tu criada

Traducción de Éva Cserháti

Título original: A feleséged vagyok, nem a cseléded
Editorial Arsenicum • Budapest, 2005

El libro Soy tu mujer, no tu criada analiza de manera profunda y detallada las desventajas que sufren las mujeres. El libro ofrece una lectura amena y fácil, Anna Haas lo califica de “bestseller sociológico”. El libro fue editado en diciembre de 2005 en Hungría, e inmediatamente despertó el interés de los medios de comunicación. Se publicaron reseñas en los diarios más importantes, fue tema de los programas de radio y de televisión. En seis meses vendieron 2000 ejemplares lo que en Hungría es un éxit rotundo.

Introducción

Antes había criadas. Hoy en día no son necesarias, las esposas sirven para el mismo fin.

Todas las mujeres adultas han sido alguna vez en su vida la criada de un hombre. Algunas sirven al mismo hombre durante toda la vida, otras de vez en cuando cambian de dueño. Algunas sólo son criadas una vez de muy jóvenes, y nunca más. Algunas han vivido sometidas siempre pero en un grado tolerable, otras han sido oprimidas duramente pero sólo por temporadas cortas.

Desgraciadamente nuestras antepasadas sufragistas metieron la pata al poner el énfasis en conseguir diferentes derechos para la mujer, y olvidarse por completo de las obligaciones femeninas. Así las mujeres modernas tienen tantos derechos que han de saber dividir bien su tiempo libre para poder ejercerlos todos. Algunos entre ellos son:

• Cada cuatro años pueden dar su voto y elegir entre las bandas varoniles prepotentes o impotentes que pretenden dirigir el país.

• También tienen la posibilidad de presentarse en una de esas bandas masculinas para poder enviar una sonrisa brillante a la cámara o a la cara de los electores cuando los demás hombres así lo desean.

• El mercado laboral está abierto igualmente para las mujeres donde su trabajo se aprecia sólo un 30-40 % menos que el de los hombres.

• Las mujeres también tienen derecho a tener una carrera de éxito, construida con un trabajo diario de 10 o 12 horas que es seguido por los ejercicios domésticos de eliminar el follón acumulado durante el día, hijos incluídos.

No se sabe por qué, pero durante el proceso de la emancipación no se decía ni una palabra sobre las obligaciones de las mujeres, por eso lo que era trabajo femenino, sigue siéndolo. ¡Y ni hablar sobre a qué tipo de exigencias nuevas deben enfrentarse las mujeres hoy en día! Primero, la esposa ideal es una Mujer-gata que durante el día dirige una empresa multinacional y por la noche imparte clases para Arguiñano y José Andrés. Segundo, educa a los hijos con la paciencia de un Buda, y según las instrucciones psicológicas más modernas. Tercero, los fines de semana se despierta pronto y sale con su marido a montar en bicicleta o a hacer rafting. Y por último, sabe mimar a su marido con un repertorio envidiable que mezcla la sofisticación de una geisa japonesa con la pasión de una masajista tailandesa.

Si alguien lo ha logrado, felicitaciones, pero me pregunto: ¿Lo pasa bomba? ¿Qué tiene a cambio? ¿A Brad Pitt mismo que mientras friega le explica a su suegra, con la que tiene una relación estupenda (comparten recetas, van juntos al balneario, etc.), los elementos intelectuales del espectáculo del baile moderno que anoche vieron juntos con su mujercita? Lo dudo.

Nada de utopías, el equilibrio es suficiente. Si él no es Brad Pitt, yo tampoco tengo que ser la Mujer-gata. Si esta noche friego yo, que lo haga mañana él. Si yo voy al estadio para ver su equipo preferido por milésima vez, que no me haga renunciar a la ópera. Si él se compra un coche, yo puedo aspirar a sentarme en un tresillo nuevo.

Y es sólo la superficie. Las mujeres de las generaciones más jóvenes piensan que ellas no se someten a la voluntad de su pareja:

“Que los pantalones los lleva ella,

en una mano la cartera,

con la otra lo ata corto,

es un calzonazos su marido”.

Ellas se llevarán la sorpresa más grande al ver cómo los hábitos y rutinas seculares sobreviven hoy en día, es más, ni lo notamos, y sobre todo no los vemos como las bases de una situación de sometimiento.

Para que deje de tener ilusiones comenzaré todos los capítulos con un test corto que le servirá de ver en qué medida le afecta el tema, es decir, con cuánto egoísmo actua su pareja en ese ámbito de la convivencia. Para cada pregunta debe elegir entre las siguientes respuestas:

• nunca – 0 punto

• pasa a veces (ya ha pasado alguna vez) – 1 punto

• pasa a menudo – 2 puntos

Es muy importante distinguir entre la respuesta “pasa a veces” y “pasa a menudo”, porque es lo que demuestra la diferencia esencial. El problema no es si yo tengo que recoger la ropa sucia de mi pareja un par de veces al mes, sino si lo hago todas las noches. Los factores determinantes son la frecuencia y la falta de reciprocidad.

La evaluación del test es lo mismo en todos los capítulos:

• 10-6 puntos: La actitud de su pareja es egoísta, usted está sometida. Si tiene 6 puntos está todavía dentro del márgen de tolerancia, 10 puntos significa que su situación es peor que la de una criada del siglo XIX.

• 5-3 puntos: La relación con su pareja en este ámbito es equilibrada, los dos pueden ser desinteresados con el otro, y a veces se permiten ser egoístas. (p.ej. usted igual deja tirada la ropa sucia por el suelo.)

• 2-0 puntos: En este caso usted es la reencarnación más sangrienta de las arpías o su relación es tan floja que no es nada interactiva.

Todas las instituciones prestigiosas, revistas de mujeres, las secciones femeninas de los partidos, los departamentos de sociología y los círculos intelectuales ultraliberales escriben y dan discursos en cantidades abundantes sobre las discriminaciones y desventajas que nos afectan a las mujeres en el trabajo, en el tribunal, en el consultorio, incluso en los centros comerciales y en la peluquería (¡cortarse el pelo es más caro para las mujeres!).

Sin embargo, la parte esencial, más larga y más importante de nuestra vida no la pasamos en esos lugares, sino en casa con la familia. Lo extraño es que esta parte a nadie le interese.

Las revistas femeninas dan lecciones sobre cómo pulir nuestra técnica sexual y nos incitan a mimar a nuestras parejas de forma más atrevida. Los miembros de las secciones femeninas condenan la violencia doméstica pero no les interesan los pormenores de la vida familiar, porque se arriesgarían a perder una cantidad significante de votos masculinos. Los departamentos de sociología y las miembras de los círculos liberales hacen investigaciones sobre la llamada sociedad en general, y probablemente ni se atreven a confiarse a sí mismas que a veces (o a menudo) ellas también se someten a la voluntad de su pareja.

En las siguientes páginas vamos a ver cómo funciona contra nosotras el egoísmo masculino en las relaciones de pareja, y por qué nosotras aceptamos (¿o incluso preferimos?) el papel de mártir de la familia.

*

2. capítulo

La mujer – “la mártir-víctima-criada”

Test

¿Ha recogido en alguna vez la ropa sucia de su pareja que él ha dejado tirada por toda la casa?

¿Ha recalentado alguna vez la cena para su pareja porque él no quería sentarse a la mesa en el momento que usted le decía, y cuando le apetecía comer el plato ya estaba frío?

¿Su pareja le ha maltratado a usted físicamente (golpes, empujones, patadas, etc.)?

¿Le ha gritado su pareja alguna vez con usted en presencia de otras personas?

¿Le ha ayudado alguna vez a su pareja en un trabajo doméstico fácilmente realizable por una sola persona?

Ideas

Las dos piernas de la estatua dedicada a la “cabeza de familia”, el protector y el sostén, que durante miles de años se mantuvieron macizas, han recibido dos patadas en la espinilla. En consecuencia han empezado a fallar. Sin embargo, siglos más tarde a pesar de sus piernas flojas y debilitadas la estatuta sigue en pie. ¿Cómo es posible? Gracias a que nosotras, las mujeres estamos debajo del pedestal, y lo sostenemos con todas las fuerzas para que no se caiga. ¡Enhorabuena, tías!

Las mujeres emancipadas de hoy no recriminan a su antepasada cavernícola por su servilismo porque sin ello no habrían sobrevivido. Su mamaíta troglodita habría sido presa del oso pardo o muerta por la jabalina de Picapiedra, y en caso de que tuviera suerte con la tribu enemiga, le habría matado la alimentación monótona de bayas antes de alcanzar la edad fértil.

Sin embargo, hoy en día servir a los maridos tal como lo hacían las madres prehistóricas con los padres prehistóricos que pescaban y cazaban, significa ser la criada de nuestra pareja, la víctima del egoísmo masculino y la mártir de la familia. ¡Qué imagen más bonita! (A veces parece tener una tristeza tan hermosa que la autolástima nos ahoga en lágrimas.)

Trabajo doméstico

El caso clásico es que la mujer se encarga de la mayoría de los trabajos domésticos. En los comienzos de la convivencia la mujer intenta hacerlo todo para agradar a su marido: uvas pasas rellenas con crema de langosta y chips de yuca, cerveza fresca servida en la tele cuando empieza el partido, liguero de encaje que provoca un picor insoportable, camisa limpia, calcetines planchados, ojos que brillan de interés y de emoción a cada frase pronunciada por el querido. La putada es que cuando la mujer llega a sentirse tan segura en la relación que piensa dejar de hacerlo todo para agradar, el hombre ya está acostumbrado a ello, incluso lo exige. La expectativa masculina está reforzada por el hecho de que su madre igual le cocinaba callos a su padre, aunque le daban náuseas, y todas las mañanas le preparaba la ropa limpia sobre la silla. (Sobre el liguero de encaje no tenemos informaciones precisas.)

Cuando la mujer se da cuenta de que su media naranja no tomará su parte de fregar o de hacer la compra, se enfurruña un poco. Se pone la cara de la Madre-mártir (frente fruncida, mirada distante y melancólica, hombros caídos, manos con olor a lejía), pero plancha sin parar, incluso el elástico de los calcetines, friega el suelo dos veces al día, entre semana prepara comidas de varios platos, y si el marido hace un comentario (siempre en un tono entre desilusionado y resignado) que en casa no hay más cerveza/papas fritas/chocolate, baja inmediatamente a la tienda de al lado, y sólo se permite suspiros de autolástima. Ella ha ganado la superioridad moral, su marido el descanso y el tiempo libre. ¡Un negocio estupendo!

Las que no son tipo mártir pueden convertirse en la pequeña criada: la Madre-criada le sirve a su marido sin chistar la comida por segunda vez recalentada, y observa desde una distancia prudente cómo el hombre de su vida mete la cuchara en la boca, mientras evalua los cambios de su mirada, para ver si el cocido ha salido bastante sabroso. Si le dedican un gruñido de satisfacción se pone tan agradecida que friega los platos sucios bailando por bulerías.

Pero si el marido decide preparar una comida (ocurre muy de vez en cuando), el plato que sólo él sabe hacerlo realmente bien, sea la paella o la barbacoa, él entonces está convencido de que ha cocinado algo maravilloso, y no necesita el reconocimiento de su mujer. Ella debe estar contenta por poder probarlo, y de tener la posibilidad de aprender de su marido cómo preparar rápidamente comidas ricas. El burdel que queda en la cocina después del espectáculo masculino, le espera a la mujer, y el tiempo de recoger y limpiarlo todo es el doble de preparar la famosa paella o barbacoa. Pero la recompensa es el haber tenido la enorme suerte de ver a un profesional en acción y comer su obra maestra.

El papel de la Madre-criada es aplicable en casi todo tipo de trabajos domésticos, sea el tema la camisa bien planchada o las ventanas brillantes. No se trata de que la mujer se alegre si le agradecen el trabajo hecho. No. La mujer está profundamente agradecida si han notado que había trabajado, y está aguardando el comentario complaciente y el reconocimiento de su marido.

La expropiación del saber

Imaginemos un sondeo nacional a base de veinte millones de parejas en el que los hombres, guardando el anónimo, deben contestar a la pregunta de quién es más inteligente en la familia, ellos o la mujer. Tal vez habría unos cinco mil hombres que se atreverían a confesar que su mujer es más inteligente que ellos (los modestos falsos esta vez se atreverían a ser sinceros). Los demás diecinueve millones novecientos noventacinco mil maridos sin vacilar marcarían la otra opción. Si les hiciéramos la misma pregunta a las mujeres, diecinueve millones novencientos sesenta mil dirían que su marido es más inteligente, sólo unos cuarenta millones tendrían la autoestima tan bien puesta para indicarse a sí misma. Pero sólo por eso, queridos lectores, no cierren el libro y no lo tiren al rincón, porque el sondeo no indica que el egoísmo masculino es genético, sino que la imagen que tenemos sobre nosotras está muy distorsionada.

Pero si en este sondeo imaginario después de la pregunta debieran señalar por qué son más inteligentes ellos, no recibiríamos muchas respuestas evaluables (es decir, razonables). Seguro que muchos vendrían con el rollo de que las mujeres son incapaces de manejar los electrocacharros de alta tecnología, y se pierden en la jungla de los controles remotos, y qué manera más torpe de conducir, madre mía, y ni hablar de que no saben cómo calcular el tipo de intereses de la hipoteca.

Lamentablemente las respuestas femeninas serían muy parecidas, por eso valdría la pena pensar bien que el disimulo de la ignorancia (el no saber cómo calcular los tipos de interés) tendrá sus consecuencias. No sólo porque será nuestro marido el que debe ir al banco para hacer la imposición a plazo fijo, sino que ni nos preguntará cómo invertir el dinero ahorrado. Si para poder tomar el sol sin molestias queremos evitar el follón de sacar fotos en la playa y hacemos una realmente malhecha para que nos dejen en paz, no sólo tendremos la desventaja de que en la mayoría de las fotos no seremos nosotras las que salen en biquini, sino que nuestro marido se sentirá autorizado a comprarse la cámara más moderna con un zoom especial y de diez megapixeles, todo el proyecto financiado de la cantidad del dinero guardado para la lavadora nueva.

Es muy cómodo decir que “yo soy una ignorante” pero tiene unas consecuencias más serias que las arriba mencionadas: y es que nuestra pareja se sentirá reforzado en el mito de la “cabeza de familia”, es decir, nosotras “estamos debajo del pedestal sosteniéndolo”.

El saber es muy variado y tiene campos distintos, ¡vamos a enseñarle algo a nuestra pareja! El profesor universitario de ética tiene que reconocer que su mujer con sólo dos palabras sabe estimar si el fontanero es confiable, mientras él ha perdido toda una tarde –y casi su salario mensual– discutiendo sobre piezas innecesarias e inexistentes. Hasta el director general de gran éxito debe saber callarse cuando su mujer charla con los dueños de su empresa sobre los trucos estilísticos de obras literarias, cuyos títulos él ni los ha oído.

Si una mujer no es capaz de apreciar sus propios conocimientos, no espere que su marido con la práctica y la paciencia de un psicoterapeuta le haga ver y reconocer sus valores. Es más, tiene que aceptar que no sólo le dará consejos y lecciones en el mundo de los electrocacharros, coches y tipos de intereses sino en todos los ámbitos de su vida subordinada. Es muy probable que el marido de una mujer tan sumisa critique su manera de cocinar, la ropa que quiere ponerse, el modo de limpiar el baño, su manera de planchar, su óptica sobre la educación de los hijos, su forma de conducir, el periódico al que está suscrita, su programa de tele favorito, el tipo de música que le gusta, la pinta que tiene por la mañana y por la tarde, cómo se mueve, qué mirada tiene, cómo abre la boca, cómo pestañea…

Violencia psíquica y/o física

Esta mujer está a un paso de ser una víctima real, cuyo marido continuamente hace comentarios denigrantes sobre su esposa, reprueba su apariencia física, su manera de pensar, su comportamiento, su trabajo, su gusto personal. Esta actitud tiene varios niveles de intensidad: su versión más ligera la lleva a la depresión, la más dura a tirarse al tren.

Este tipo de conducta machista puede convertirse en una espiral que fácilmente la arrastra cuesta abajo. La depresión ligera no está tan lejos de las vías de tren, y más en los casos cuando la violencia psíquica viene acompañada por el maltrato físico. La verdad masculina del refrán “La mujer en casa, con la pata quebrada” no refleja una sabiduría popular de todos los tiempos. Ya ni nuestro padre troglodita pegaba a su mujer porque apreciaba las manos que le conseguían bayas, y la espalda que cargaba alimentos y leña. Desgraciadamente el mundo ha cambiado mucho. Quedaríamos pasmados si tuvieramos una imagen precisa de cuántos hombres descargan sobre la mujer en forma de violencia física sus frustraciones, humillaciones padecidas o simplemente su mal humor en este mundo moderno y maravilloso.

Y no nos hagamos ilusiones: el maltrato físico no depende del nivel de escolarización o del CI. Se encuentran maridos violentos en igual proporción entre zapateros y profesores universitarios de estética que entre domadores de león o agentes antiterroristas. Las mujeres maltratadas son de una amplia gama: desde las analfabetas, a través de las luchadoras de artes marciales, hasta las mujeres licenciadas y con carrera, son muchas las que aguantan situaciones similares.

El razonamiento más común en estos casos es que, por una parte, es la mujer quien provoca con la lengua, por otra, que el hombre está enfermo por eso es incapaz de controlar su furor. Ni el uno, ni el otro son válidos y aceptables. Primero, si al marido le provocara un tío del gimnasio con músculos bien desarollados, que pesa 150 kilos, y lleva en la mano un bate de béisbol, seguro que sabría controlarse, y ni la provocación más dura y explícita le incitaría a la violencia física. Segundo, si se siente enfermo, que le atienda un especialista, pero es casi imposible convencer a los hombres que vayan a la consulta.

Ya que estamos hablando sobre la provocación, debemos añadir lo que todas las mujeres admiten y según el temperamento de cada una le comentan al cura en el confesionario, al psicoanalista en el sofá o a la mejor amiga en la pastelería. Y es que el lugar común tiene algo de verdad: todo conflicto depende de dos. La que plancha hasta el elástico de los calcetines, todas las mañanas le prepara a su marido el calzoncillo limpio sobre la silla, o conmovida por el eructo sabroso de su pareja después de la cena de cuatro platos le da las gracias, debe pensar ¿por qué lo hace? El cura, el psicológo y la amiga están esperando las respuestas.

Historias

Pedro y Estrella distribuyen las tareas entre los dos: Estrella se ocupa de los seguros, Pedro llama al operador telefónico. Estrella se sienta y se pone a escribir un correo a la compañía de seguros. Estrella ya ha escrito tres líneas, Pedro está marcando los números, escuchando el rollo de la voz automática. De repente se queda paralizado: el autómata pide el número de registro.

Pedro alza la mirada, piensa un momento, se da cuenta de que el número está en la factura que está en la carpeta que está puesta en el estante de más arriba. Para esta maniobra tiene que levantarse del sillón. Entonces lentamente abre la boca: “Cariño, ¿cuál es el número de registro?” (¡Apreciemos la fórmula amable de la pregunta!)

Estrella sin vacilar deja el correo medio escrito, se pone de pie, con la mente repasa toda la maniobra desde el número de registro hasta el estante de más arriba. Y a la secuencia le añade la silla que necesita para alcanzar la carpeta (no como Pedro). Entonces toma la silla, se dirige a la estantería, coge la carpeta, saca la factura, le dicta el número de registro, vuelve a poner la carpeta en su sitio, se baja de la silla, se pone a terminar el correo.

El trabajo paralelo sigue en armonía hasta que el autómata no pida otra información imprescindible.

Ahora veamos que ocurriría en la versión de “science-fiction”:

Light science-fiction

Al oir la pregunta “Cariño, ¿cuál es el número de registro?” Estrella alza la cabeza, le echa una mirada a su marido, luego al estante de más arriba y en voz suave le contesta: “Mi corazón, lo encontrarás en la carpeta que está en el estante de arriba.”

Normal science-fiction

Al oir la pregunta desgraciada, Estrella no alza la mirada, sólo le dice: “No lo sé.”

Ultra science-fiction

¡No hay pregunta! Pedro se levanta del sillón, él mismo busca el número de registro y deja la carpeta a un lado.

Cuento de hadas

¡No hay pregunta! Pedro se levanta del sillón, él mismo busca el número de registro y vuelve a poner la carpeta a su sitio.

*

Pili guardó una carta importante que estaba tirada sobre el armario de zapatos.

Pepe se puso furioso cuando días más tarde la encontró porque no habían cumplido un plazo, y posiblemente tendrían que pagar una multa pequeña. Pili le replicaba que aquella carta ya llevaba días tirada en la mesa del comedor, luego al lado del televisor, más tarde sobre el armario de los zapatos. Ponía el nombre de Pepe por eso ella no quería abrirla, y pensaba que si hasta aquél momento a su marido no le había interesado, podía meterla en el cajón para terminar con el follón que se reproduía contínuamente en casa. Pero según Pepe, ella debería haber preguntado si podía guardar la carta, y de todas maneras no tenía derecho de tocar su correo.

Al final de la discusión Pili le prometió que no tocaría nunca más el correo que ponía el nombre de Pepe, y sólo guardaría cosas que él seguramente no necesitaría más (p.ej. ropa sucia). En los demás casos siempre le preguntaría si podía guardar las cosas tiradas por aquí y por allá.

*

Ya es la milésima vez que Juana le pide a Nando que le haga el favor de reparar la cerradura de la despensa porque lleva meses sin funcionar. Nando ya está harto de que Juana insista tanto, y como en este momento no tiene nada que hacer, decide arreglarlo. Primero echa un vistazo a la cerradura estropeada, luego va fuera a buscar la caja de herramientas, y entra las que necesitaría. Le dice a Juana que vaya a ayudarle. Juana está al lado de Nando y le da en la mano la herramieta que él necesita. Cuando Nando se da cuenta de que se le ha olvidado fuera una herramienta imprescindible, entre dos tacos le pide a Juana: “Entra, por fa, el destornillador, que lo necesito.”

Juana deja a un lado las otras herramientas, sale fuera, busca el destornillador, y se lo trae. Continúan trabajando, Juana no tiene mucha función, sólo está de pie y mira cómo Nando está haciendo las reparaciones, y a veces le pone en la mano la herramienta necesaria.

Cuando Nando termina, gira la llave en la cerradura, satisfecho por haber podido repararla, deja las herramientas a un lado, se va a lavarse las manos, y se sienta a ver la tele.

Juana recoge las herramientas, pasa la escoba. El trabajo está hecho.


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