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Poemas en la isla Margarita
Tomàs Escuder Palau
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La isla Margarita en los años 70 del siglo XVIII |
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Budapest debe ser, sin duda alguna, una de las ciudades europeas donde caminar es un placer continuo. Sus grandes avenidas, las calles bordeadas por árboles, las alturas de las construcciones siempre tan discretas… Todo el conjunto urbano se presta como pocos, al paseo diletante. Porque hay muchos lugares donde el paseo se hace agradable. Y uno de ellos, de los mejores sin duda alguna, es la Isla Margarita (Margitsziget).
Recuerdo bastante bien mi primera visita a este lugar tan singular. No llovía y el tiempo, aunque era otoñal, se mostraba suficientemente cálido como para pasear, mediterráneo como soy, con el paso lento y la mirada atenta. La arboleda frondosa y el prado convertido en césped. Matas de arbustos coloreadas de otoño. Donde el camino bordeado de bustos y estatuas me iba mostrando los numerosos nombres de quienes, por una razón o por otra, pasearon por aquí sus visiones y sentimientos.
Y así fui descubriendo, de la mano de agradable compañía, las anécdotas de los literatos que en este lugar continuaron su nombre. No cabe mencionarlos todos, pero sí dar a entender al lector y posible visitante de la Isla Margarita que éste puede ser uno de los paseos literarios más fecundos que una ciudad puede ofrecer de la mano de la naturaleza.
Muchos son los nombres, efectivamente, pero solo me voy a fijar en dos que me vienen, ahora que estoy lejos de ese lugar, a la memoria.
El primero es János Arany. Que, amigo de Sándor Petõfi el poeta húngaro tal vez más conocido pasó mucho tiempo en este paraje natural tan cercano al visitante de la ciudad. Ya mayor, Arany solía pasear por entre la abundante arboleda. Posiblemente su avanzada edad, el movimiento de las hojas, la vida del mundo vegetal que tenía a su lado, y un sentimiento claro de su situación añadido a la fuerza poética de su mente, hizo que dieran a luz sus poemas de la vejez. Esos recogidos en volumen de título intraducible de doble sentido, pero que en húngaro tan perfectamente se acuerdan con la temática.
Õszikék Cólquicos. Pero no sólo las flores sino el otoño, lo otoñal, el paso del tiempo, las pequeñas cositas otoñales, como quien quiere que sus versos sean y nazcan acompasados a la beatitud de esa estación. De la Isla. Y de la vida que se esfuma.
Qué manera tan sutil y acorde con el entorno, con la sabiduría vital, la de este János Arany que con sus poemas a la vejez nos permite un paseo literario, a la vez que vital, en medio de una naturaleza que nos regala su serenidad.
El paseo se puede hacer más o menos largo porque los vericuetos y senderos son numerosos y agradables. La cercanía de tanta naturaleza en un entorno urbano como es la ciudad, constituye un bálsamo para cualquier paseante que busque algo más que las manifestaciones de la vida ciudadana en su apogeo. Y un camino cierto hacia la mirada que hace una pausa en el ajetreo diario. Todo visitante de Budapest debería pasar por lo menos una vez por la Isla Margarita para comprender mejor el alma de este pueblo.
Ya hemos dicho que la Isla está sembrada de referencias a literatos. El camino que lleva hacia las ruinas del otrora importante convento, está bordeado de nombres ilustres, ¡tantos como hay en la literatura húngara! Otro, no menos importante que el antes citado, es Gyula Krúdy. Que vivió en la isla a principios del siglo pasado (1918-1930) y escribió aquí Girasol (Espasa Calpe, 2008). Sus novelas dan buena cuenta de su vida ajetreada, y no tanto del idilio de la isla.
¿Qué fue lo que cautivó a estos literatos de la Isla? Su belleza ¿tal vez? ¿La armonía de sus espacios? O simplemente el origen de su nombre La Perla de Budapest, de su existencia, si consideramos esa bella historia, tan romántica como medieval, en la que una princesa no quiere conformarse con el destino que su padre le impone y termina eligiendo su propio modelo. Tal y como hizo Margarita, hija de Béla IV, al construir el convento cuyas paredes todavía vemos, y hacerse monja para mejor ser independiente y al final convertirse en Santa… No lo sabemos. No sabemos qué es lo que hace que este trozo de tierra en medio de un río tan poderoso como el Danubio ejerza su magnetismo continuado sobre generaciones y generaciones.
Hoy, parejas que se enamoran en un banco o urbanitas haciendo footing, antes burgueses ilustrados escribiendo sus anhelos o, antiguos pioneros marchando al paso y entonando sus himnos. Sobre todos ha ejercido su poder la antes humilde Isla de los conejos, el coto de caza de la familia real. La ahora casi posmoderna Margitsziget tan europea y coqueta como cualquier otra.
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